Lunes Santo
Para el día de hoy (29/03/21):
Evangelio según San Juan 12, 1-11
Nos encontramos a las puertas de la Pasión, y cada palabra y gesto de Jesús de Nazareth adquiere significado pleno a la luz de la Cruz.
El clima cada vez se enrarecía más, la orden de búsqueda y captura -porque el decreto de muerte se había efectivizado- estaba vigente. Jerusalem era más que hostil, lo aguardaba revestida de horror y muerte, y hubiera sido razonable que el Maestro partiera hacia geografías más amistosas, con menos riesgos.
Sin embargo, decide quedarse en Betania, a escasos kilómetros de la Ciudad Santa, en casa de Lázaro.
Allí le preparan una cena, anticipando la última cena de la fraternidad y el servicio que compartirá con sus discípulos; a pesar de la inminencia ominosa que oscurece cualquier futuro, en esa mesa acontece una manso ambiente de amistad, de pan y vida compartidas, signo y profecía de lo que deberían ser nuestras Eucaristías.
En esa mesa de amigos sucederá algo extraordinario, asombroso en su sencillez, y junto a Jesús la protagonista será María de Betania, hermana de Lázaro y de Marta, la misma María que bebía a los pies del Maestro la Palabra, la María que se queda con la mejor parte.
Históricamente, a los reyes de la tierra se los ungía vertiendo aceites finos y perfumes sobre sus cabellos y su rostros, y esta tarea se encomendaba a los sacerdotes principales, sea cual fuere la cultura y la religión.
María de Betania, en una acción profundamente sacerdotal, unge los pies del Maestro con un carísimo perfume y los seca con sus cabellos. Ese gesto de amor sólo puede entenderse en la ilógica del Reino y de la Gracia, bajo la luz de la Pasión. Es la unción de quien se hace libremente esclavo y servidor del otro, de quien venera en el cuerpo del prójimo toda su existencia, desde el cuidado, el respeto y el afecto.
María de Betania tiene una acción sacerdotal pero también profética: anticipa el servicio del Maestro, preanuncia otra unción de amor, la de María de Magdala, al alba de la vida renovada, de la Resurrección.
Simplemente por ser mujer y por hacer esas cosas, María podría ser pasible de una crítica severa en tren de moralina, pues esa acción la asemejaría a una mujer de dudosa reputación; el Maestro, sabedor de esos criterios, no debería permitirlo.
Sin embargo, no sólo lo permite sino que alaba lo que esa mujer ha hecho.
Es claro que la lógica y la razón que asisten a Judas dictan otra cosa: hubiera sido preferible vender ese caro perfume y entregar el dinero producido a los pobres. Es la lógica de los preceptos cumplidos, de las conciencias tranquilizadas y adormecidas, son los celos torpes de quienes se han vuelto incapaces de cualquier caridad, es el rictus severo de aquellos que suponen la manipulación de Dios mediante la acumulación de actos piadosos y dejan de lado la mediación salvadora de Jesús de Nazareth. En realidad, aquí los pobres no cuentan como preferidos del amor de Dios, sino como lectura instrumental o ideológica de almas tan estratificadas que impiden y reniegan de cualquier novedad.
María de Betania se despoja de cualquier signo de dignidad externa para lo que verdaderamente cuenta -la parte importante- el servicio a los demás, el culto al prójimo en donde resplandece el rostro de Aquel que es la Resurrección y la vida, más allá de todas las cruces que solemos portar.
Paz y Bien
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