El Dios de Jesús de Nazareth es un Padre que nos ama de manera incondicional

 




Para el día de hoy (06/03/21):  

Evangelio según San Lucas 15, 1-3. 11b-32




La predicación de esta parábola acontece por la plena iniciativa de Jesús de Nazareth en circunstancias muy puntuales: arreciaban las críticas y murmuraciones contra Él porque compartía la mesa con publicanos y pecadores, es decir, con aquellos que nadie invitaría a comer, ni se juntaría de igual a igual.

Pero la fuerza de su enseñanza es también revelación: frente a los que están muy interesados en la destrucción, en el silencio impuesto, en el desprecio, Él ofrece -vivo retrato de su Padre- la posibilidad de una vida plena, de una infinitud al alcance de todos los corazones sin excepción, y es mucho más que una simple alternativa.


El Dios de Jesús de Nazarethes muy distinto al Dios de los escribas y fariseos de todas las épocas, el que se oculta tras abismos de eternidad y al que se accede mediante mediadores entrenados y cumpliendo con rituales y normas exactas, ése Dios de rictus siempre severo, perfecto juez y ejecutor de castigos, el Dios de unos pocos, lejano y desentendido de las cosas humanas.


El Dios de Jesús de Nazareth es Padre y más aún, es Abbá -papá, pá, papi, tata- maravillosamente cercano, rebosante de paciencia y compasión que a nadie rechaza.

Es el Dios que propicia la celebración cuando una hija o un hijo extraviados regresan y se reconstituyen en humanidad y dignidad desde ese perdón entrañable, fruto primero de su amor inagotable.


Es el Padre paciente que aguarda el regreso, que sale al encuentro, que abraza, que se viste de fiesta, que convida su alegría, que nos renueva con su vino y su mesa plena, el que tiene en cuenta que todos son hijas e hijos amadísimos por los que se desvive, antes que señalar todo el mal que se han hecho o han provocado.


Ese Dios es asombroso: aún cuando otros hijos se pongan celosos o circunspectos -porque a los que han regresado no se los reconviene, antes se celebra- para ellos su herencia, la vida misma, es dada en su totalidad.


Nosotros amamos a nuestros hijos, a nuestras familias, a nuestros amigos con afecto profundo. El Dios de Jesús de Nazareth ama de modo similar, pero su intensidad es inexpresable porque no hay palabras suficientes para contar la magnitud de esa bondad.

El Dios de Jesús de Nazareth ama a todos, aún a los que crucificarán a sus hijos, a todos y cada uno de nosotros por lo que somos, por como somos, por lo que podemos ser, desde nuestros nombres y apellidos, desde esa identidad única e intransferible.


El Dios de Jesús de Nazareth es un Padre que nos ama de manera incondicional


Paz y Bien

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