Para el día de hoy (22/11/17)
Evangelio según Lucas 19, 11-28
Algunos de los discípulos se aferraban a la inminencia del establecimiento del Reinado del Mesías; no obstante ello, esa imagen tenía que ver con sus aspiraciones nacionalistas, sus ansias de liberación como nación y, porqué nó, su hambre de poder. Pero en verdad el Reino de Jesús de Nazareth, el Reino de Dios nada tiene que ver con nuestros esquemas mundanos, y ya se asoma humilde entre nosotros, aquí y ahora.
Como una travesía, toda existencia ha de tener un horizonte, un puerto hacia donde arribar. Pues el viaje, el no quedarse es importante, tan importante como no ir a los tumbos, sin brújula, y librados a los caprichos malos de cualquier temporal.
El regreso cierto del Señor es nuestro horizonte, el que ratifica nuestra esperanza, el que sustenta nuestros andares, el que nos acrisola el carácter.
Ese horizonte estará siempre, aún cuando muchos bienintencionados pretendan adelantarse con mensajes contrarios, arrogándose a veces una corona aurífera que en realidad es de espinas y de humildad absoluta, de silencio y sobre todo de confianza.
Hasta que Él vuelva. Ya está regresando, y reinará desde el trono de cada corazón, porque es un Rey que rehuye del poder y de los palacios, un rey muy extraño de confianza infinita en sus servidores, inmerecida, desbordante.
Por ello todo lo que se haga debe orientarse y centrarse en ese regreso. Y no puede haber resquicio alguno para el miedo, toda vez que el miedo es carácter propio del poderoso que impone terror, castigo y venganza, nada más opuesto y lejano al Dios de Jesús de Nazareth. Porque a veces el temor se disfraza de prudencia excesiva, que es la forma falaz de la cobardía.
Por esa confianza, sabemos que nada nos pertenece en verdad pues todo se nos ha confiado. Y la gratitud verdadera es devolver, cuando sea nuestro tiempo, esos dones que se nos han puesto en nuestras manos fructificados en justicia y fraternidad, en la savia eterna de la Gracia.
Paz y Bien
Como una travesía, toda existencia ha de tener un horizonte, un puerto hacia donde arribar. Pues el viaje, el no quedarse es importante, tan importante como no ir a los tumbos, sin brújula, y librados a los caprichos malos de cualquier temporal.
El regreso cierto del Señor es nuestro horizonte, el que ratifica nuestra esperanza, el que sustenta nuestros andares, el que nos acrisola el carácter.
Ese horizonte estará siempre, aún cuando muchos bienintencionados pretendan adelantarse con mensajes contrarios, arrogándose a veces una corona aurífera que en realidad es de espinas y de humildad absoluta, de silencio y sobre todo de confianza.
Hasta que Él vuelva. Ya está regresando, y reinará desde el trono de cada corazón, porque es un Rey que rehuye del poder y de los palacios, un rey muy extraño de confianza infinita en sus servidores, inmerecida, desbordante.
Por ello todo lo que se haga debe orientarse y centrarse en ese regreso. Y no puede haber resquicio alguno para el miedo, toda vez que el miedo es carácter propio del poderoso que impone terror, castigo y venganza, nada más opuesto y lejano al Dios de Jesús de Nazareth. Porque a veces el temor se disfraza de prudencia excesiva, que es la forma falaz de la cobardía.
Por esa confianza, sabemos que nada nos pertenece en verdad pues todo se nos ha confiado. Y la gratitud verdadera es devolver, cuando sea nuestro tiempo, esos dones que se nos han puesto en nuestras manos fructificados en justicia y fraternidad, en la savia eterna de la Gracia.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario