Para el día de hoy (29/11/17):
Evangelio según San Lucas 21, 10-19
Parece un despropósito que acercándonos al tiempo de la ternura y la esperanza, el Adviento, la Iglesia nos ofrezca en la liturgia del día esta lectura con un lenguaje tan violento, que puede descorazonar y hasta atemorizar: en los días precedentes advertía sobre las desgracias que sobrevendrían sobre el Templo y la nación judía, especialmente por apartarse de la paz que Dios les ofrecía en la persona de Jesús de Nazareth. Ahora el Maestro se dirige a sus discípulos y seguidores, con la abrumadora certeza de que serían perseguidos, tratados como delincuentes abyectos, torturados, aniquilados en su honra y dignidad, entregados a los verdugos como malhechores para pagar con su vida crímenes sin nombre.
Esa certeza demuele las seguridades religiosas añoradas por toda comunidad, la calma, la ausencia de conflictos, el transcurrir tranquilo de una vida sin sobresaltos, la agradable piedad de la misa dominical y las fiestas de guardar, las oraciones cotidianas, la devoción sincera.
En cambio, no hay utopía ni tranquilidad en las palabras del Maestro. Él señala con su enseñanza ratificada con su propia sangre que la fidelidad al Evangelio implicará directamente el riesgo de la persecución, de poner en riesgo la propia vida. Quizás por ello la medida de la fidelidad de la Iglesia a la Buena Noticia sea precisamente -aunque nos duela y espante- las persecuciones que sufra por su compromiso indeclinable para con los más pequeños, para con la justicia, para con la paz, para con la honradez, para con la vida defendida y promovida en libertad.
Pero a pesar de todo, de todo ese horror en ciernes, hoy mismo está germinando un futuro venturoso, aunque las urgencias cotidianas nos impidan mirar y ver más allá del dolor.
La clave está en la perserverancia, la tenacidad en permanecer fieles porque de ningún modo quedaremos librados a nuestra suerte incierta.
En Dios está nuestro destino, nuestra suerte, nuestra esperanza.
Paz y Bien
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