Para el día de hoy (16/06/15):
Evangelio según San Mateo 5, 43-48
La enseñanza que Jesús de Nazareth explicita, pues lo hace de manera concreta y sin ambages, puede resultar atractiva, poética, hasta romántica. Quizás el término adecuado sea simpática, y todo ello habla de su carácter tan distante y utópico, con el color del ideal que nunca vá a acontecer.
Es lógico que eso suceda. Solemos, erróneamente, aplicar nuestros limitados esquemas mentales y nuestros criterios mundanos, y así -consciente o inconscientemente- procurar hacer coincidir la Palabra con nuestros ínfimos intereses particulares.
Y la verdad es que nuestra mirada no es la mirada de Dios y que Dios, a menudo, en nuestras vidas no es el Absoluto sino apenas alguien importante los domingos y algunos días especiales.
Desde la mirada de Jesús de Nazareth, que es la mirada de Dios, es imprescindible y urgente renunciar a todo lo que nos deshumaniza, lo que nos separa, lo que nos hunde en estatura interior, felices desertores de todo tipo de violencia -física, verbal, psicológica, social, religiosa-, porque ello implica, aún en aras de cierta justicia, que algunos merecen vivir y otros nó, que es lícito aplastar al opuesto, al adversario, al enemigo.
El Dios de Jesús de Nazareth es Dios Abbá, Padre dador de vida, Padre que cuida la vida de toda la creación, vida que no se reserva nada para sí sino que se expresa viviendo en los otros y para los otros, amor absoluto que reconocemos como ágape. Un amor incondicional, porque es un Dios asombrosamente miope, que sólo puede ver hijas e hijos. Nunca enemigos, jamás ajenos.
Más aún, el amor de Dios permanece firme y fiel en aquellos en aquellos en que lo humano se diluye a golpes de brutalidad, de horror, de miserias aberrantes.
Porque en verdad el separar y el dividir corre por nuestra cuenta.
En Cristo el Dios del universo desciende hasta nuestro fango, Dios que se humaniza totalmente para que la humanidad se divinice, para que sea plena, que no es otro el significado de ser perfectos.
Cristo, Dios-con-nosotros, es la eternidad que florece en el aquí y ahora a pesar de tantas sombras y de tantos enconados esfuerzos por cercenar lo humano que puja por florecer.
Quizás por ello también, el amor a los enemigos se fundamente en una Gracia que nos vaya transformando antes que en todos los esfuerzos peculiares. Desde los méritos individuales, estamos perdidos.
Pero todo lo podemos en Aquél que nos sale al encuentro.
Paz y Bien
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