Cristo presencia, Palabra y misericordia




Para el día de hoy (27/06/15):  

Evangelio según San Mateo 8, 5-17




Para un observador neutral -acaso si ello exista- Jesús de Nazareth tiene una presencia asombrosa e imponente especialmente en sitios en donde no se lo espera, no tanto por lo inesperado, sino porque se dá por descontado que en esos sitios nadie debe estar. 
Se trata de los ámbitos del dolor y la soledad, de la exclusión justificada, del ostracismo impuesto, del dolor asumido como acción punitiva de un Dios vengador y distante.

Él declara que viene a llevar a su cumplimiento perfecto la Ley y los profetas. Las gentes -y sus discípulos también- no terminan de entender que la plenitud de la Ley mosaica es el amor, un amor que revela la esencia misma de su Dios.
Porque el Dios de Jesús de Nazareth, el Totalmente Otro, Creador del universo, es un Dios extrañamente cercano, que se hace historia, tiempo, humanidad florecida, un Dios vecino que se hace hermano de los hombres asumiendo su mortalidad para que todos vivan, para que todos alcancen la eternidad.

Cristo asume en su persona un éxodo nuevo, de la declamación a la proclamación, de la teoría a los hechos, de los vanos discursos grandilocuentes a la sanguínea presencia de la caridad. Porque la vida se la gana plena cuando se la ofrece sin condiciones.
Así entonces, Cristo estuvo, está y estará siempre allí en donde las mujeres y los hombres corran peligro de no vivir. No hablamos aquí solamente de vidas en peligro mortal, sino de algo mucho peor, y es la mera supervivencia vegetal y dolorosa de días continuos en un gris cerrado sin amaneceres, gentes demolidas de resignación.

La presencia salvadora de Cristo, que restaura y levanta a los caídos y libera a los oprimidos, acontece en la acción eficaz de la Palabra, que es Palabra de Vida y Palabra Viva, Palabra que propicia el encuentro con una persona antes que con un corpus doctrinal.
Pero también su presencia es misericordia, alegría para los pobres que languidecen en silencio.
Misericordia significa, literalmente, poner el corazón en la miseria de los demás, en sus necesidades, y quizás se trate de la verdadera justicia de Dios, que vá mucho más allá de la mera retribución pues su fundamento es el amor, la vida ofrecida.

Misericordia que restaura al criado del centurión, misericordia que levanta a la suegra de Pedro, misericordia que transforma y libera la existencia, vidas nuevas erguidas en total humanidad.

Presencia, Palabra y Misericordia, ahora es tarea de los discípulos. Hay que ponerse gentilmente al hombro las penas de los hermanos, para que la carga no sea tan dura.

Paz y Bien

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