El Sagrado Corazón de Jesús
Para el día de hoy (12/06/15):
Evangelio según San Juan 19, 31-37
En casi todas las culturas, el corazón simboliza el centro primordial de la persona, su núcleo fundacional desde donde se expresa todo lo que es y todo lo que hace,ser y existencia. En el corazón se unifican también por ello los diversos aspectos de la persona, lo biológico, lo psicológico, lo espiritual, lo ético.
Más aún: tanto el saber popular como las artes -la música, la poesía- intuyen con certeza profundidad, empatía y sentimientos y lo expresan afirmando la presencia de una persona de gran corazón, adjetivo quizás cuantitativo que implica capacidad de buenos sentimientos y, sobre todo, de integridad intachable.
Tener corazón traduce la capacidad de conocerse y reconocer a los demás, de ponerse en el lugar del otro, de asumir como propias las vivencias del otro.
Y su carencia, obviamente, es egoísmo, es falta de compasión y de escrúpulos, es renegar del otro, es tener encendido el detector de enemigos e infractores.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús está feliz y fuertemente arraigada en nuestros pueblos. Fruto de esa piedad que se afirma de un modo entrañable y afectuoso, gustamos de representar al Corazón del Maestro con bellas imágenes de un Cristo resplandeciente. Ello no está nada mal, es claro, más no podemos perder de vista que la teofanía, la plena manifestación de su Corazón Sagrado acontece durante la Pasión, un escenario de muerte, de dolor y espanto tales que su verdadero sentido sólo es posible asimilarlo y percibirlo desde el plano de la fé.
Los religiosos profesionales quieren asegurarse la muerte del condenado, y exigen que se quiebren sus piernas, no vaya a ser que se contamine el Shabbat y se quebranten los preceptos. Pero ellos son los que se han sumergido voluntariamente en las tinieblas, porque ese cuerpo que agoniza en la cruz es la verdadera Tienda del Encuentro de Dios y el hombre, templo definitivo que no requiere más sacrificios que el suyo, sólo ofrendas de misericordia, el culto primero.
La crueldad de la soldadesca imperial no se limita a las burlas, al escarnio y a la tortura previa. Su brutalidad parece dominar la escena, con el vinagre del desprecio, con el lanzazo infame que parece ahogar cualquier piedad.
Pero no es un cuerpo herido el que se abre, sino su inmenso corazón, un corazón que contiene a todos, incluso y especialmente a sus torpes ejecutores.
De la herida abierta de ese justo que ha sufrido una muerte terrible, fluye sangre y fluye agua. Es Dios quien fluye allí, un Dios que nada se ha reservado para sí, un Dios que se ofrece como víctima propiciatoria en Cristo para que no haya más crucificados, para que todos vivan y vivan en plenitud.
En ese abismo de amor insondable se renueva la esperanza, porque aún en la tiniebla más cerrada destella el rescate manso que Dios nos ofrece a pura fuerza de bondad.
Paz y Bien
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