Para el día de hoy (04/12/14)
Evangelio según San Mateo 7, 21. 24-27
Más allá de cualquier experticia o de capacidades propias de los oficios, la parábola nos vindica a todos y cada uno de nosotros como edificadores, constructores de nuestras existencias.
La solidez y firmeza de esto que edificamos no pasa por la firmeza de sus vigas o la belleza de su cielorraso. Invariablemente, la solidez del hogar que llamamos corazón pasa por sus cimientos, asentados sobre roca firme.
Y la roca firme es el amor de Dios que se nos revela en Jesús de Nazareth, en su Palabra de Vida que es Palabra Viva.
Esa certeza de amor infinito e incondicional es el sustento primordial y clave de todo destino. Frente a esa generosidad inconmensurable, la única respuesta veraz es la gratitud y la alegría, pues ese amor es más fuerte que la más brava de las tormentas y la más fiera de las catástrofes.
Los edificadores que son así de fieles no andan diciendo Señor! Señor! con palabras vacuas y sin corazón. Los edificadores -obreros del Reino- no se aferran a espectáculos milagreros, a exterioridades religiosas que se presumen sagradas, sino que suelen ser esforzados y silentes trabajadores. Casi ni se los vé ni se los escucha, pero sin su sal y sin su luz la vida se apagaría sin trascendencia.
Los edificadores son servidores humildes y eficaces del Reino, de su propia existencia que -saben bien- es don y misterio, y que se enriquece cuando se comparte y se hace fraterna, Palabra de Dios que se encarna en la historia, en los días, en cada instante.
Paz y Bien
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