Para el día de hoy (06/09/14)
Evangelio según San Lucas 6, 1-5
Una cuestión obvia, para despejar cualquier error desde el mismo comienzo de esta mínima reflexión: cuando hablamos de sábado, no nos referimos al día de la semana tal como lo conocemos las mujeres y los hombres del siglo XXI. Antes bien, nos referimos a la institución religiosa de la fé de Israel llamada originalmente Shabbat o sábado, día de precepto, fiesta de guardar.
Estaba el Shabbat establecido desde hacía varios siglos, como día del Señor, día para el descanso, la reflexión, el recogimiento, el reencuentro con Dios. Durante los tiempos del exilio y el cautiverio babilónico, el pueblo de Israel refrendó la importancia del Shabbat, que se convirtió en crucial para su supervivencia como pueblo, como nación: trabajaban siete días a la semana sin descanso, en tierra extranjera, y poco a poco iban perdiendo su idioma, su fé, su identidad. El Shabbat les permitía el reposo necesario para reenfocarse, para restaurar los vínculos familiares, para el reencuentro con la Palabra y con su Dios. Así fué, con gran fervor, restaurada la observancia del día de precepto.
Sin embargo, con el correr de los años se desvirtuó el sentido santo del día del Señor. Un cúmulo de normas estrictas habían transformado el Shabbat en algo intolerable, opresivo en su coerción, un día de rictus amargo, de triste solemnidad, al absurdo extremo de deificar la norma por la norma misma y olvidar al Dios que le otorga sentido y significado. En cierto modo, es idolatría escondida bajo una pátina religiosa.
Jesús de Nazareth y los suyos atravesaban un sembrado, justo un sábado. Con hermosa naturalidad, los discípulos tomaban algunas espigas y las frotaban en sus palmas, para obtener algunos granos de trigo que les engañaran el hambre. Pero la escena deviene cruelmente irrisoria: los criticones de siempre -de aquel entonces, de todos los tiempos- siempre están atentos, con el detector de pecados encendido de modo permanente. Pero el detector falla. Tira resultados erróneos por exceso, pero fundamentalmente porque su misión no ha de ser el buscar el error, sino al contrario, el reivindicar la verdad, la humanidad. Esos hombres criticaban el aparente quebrantamiento del precepto en pos de calmar el hambre de los discípulos.
Ésa, precisamente, es la consecuencia primordial de su error, privilegiar observancias estrictamente mundanas por sobre el bien, por sobre la necesidad, por sobre la condición humana. Ellos son muy devotos del Shabbat pero repudian con fervor a las hijas y a los hijos, y así rinden culto a la norma y olvidan a su Dios.
Pero el Maestro es Señor del Sábado y de todos los sábados a los que le rendimos pleitesía. Cuando se menoscaba la humanidad, no hay argumento posible ni válido, en la santa ilógica de la Gracia y la Misericordia.
Por eso hemos de rogar para que esta familia que llamamos Iglesia se vuelva cada vez más observante estricta de la misericordia y de la compasión -manga ancha de los corazones-, para mayor gloria de ese Dios que nos ama sin desmayos, y para el bien del hermano, cercano/próximo y lejano también.
Paz y Bien
1 comentarios:
Donde reina el amor, sobran las leyes, gracias.
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