Nuestra Señora de los Dolores
Para el día de hoy (15/09/14)
Evangelio según San Juan 19, 25-27
Para una madre perder a un hijo es desgarrador, inenarrable. De alguna manera, hay un orden natural alterado y un quebranto que no se puede expresar con sencillez, pues una madre que pierde un hijo muere dos veces, por el hijo y por ella misma.
Peor aún es cuando la pérdida es a causa de una circunstancia dolorosa como un accidente. O más demoledor aún, cuando es a causa de la violencia, cualesquiera sea su causa u origen. Un hijo siempre será carne de su carne, sangre de su sangre, vida cobijada en las profundidades de su alma y de su cuerpo.
María de Nazareth vivió todo esto y más. A ese Hijo que amaba se le moría ante sus ojos inundados, entre dolores espantosos, como un criminal abyecto, como un marginal, como un maldito. Había estado preso y bajo custodia cual subversivo de alto riesgo, y hubo de sufrir la atroz eficacia de los verdugos romanos.
Pero Ella permanecía allí, firme, en pié, sin rendirse aunque todo clame llanto y rendición frente a esa tristeza infinita.
Como Madre del dolor, es imprescindible para todos los otros hijos, una multitud enorme de hijas e hijos que han de sufrir tantas cruces. Ella sigue firme, sin bajar los brazos, sin resignarse jamás, compañera fiel en nuestras fiestas -en especial, cuando el vino de la alegría escasea-, madre íntegra a la hora del frío que nos congela los sentimientos y, sobre todo, la fé.
En su alma lacerada no hay modo de que se apaguen los fuegos del amor. Por eso mismo, por vivir y morir para los demás, la esperanza se vuelve rescoldo que jamás se extingue, pequeño calor siempre disponible para que la vida vuelva a encenderse. Con todo y a pesar de todo y todos.
Ella ha sido siempre casi una nada. Niña de aldea ignota y polvorienta, esposa jovencísima de un hombre bueno y gigante en su entereza, muchachita de embarazo sospechoso, madre, hermana y discípula, mujer pequeña que nunca tuvo casa propia.
Porque el hogar de la Madre del dolor estará siempre en la casa de los hijos que la reciben con las puertas del corazón abiertas, para que el aire puro del Espíritu les renueve ese hogar/existencia y esa vivienda familiar que llamamos Iglesia.
Paz y Bien
1 comentarios:
Madre en tus manos estoy, ayúdame a ser como tú, gracias.
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