Evangelio según San Lucas 8, 16-18
Las parábolas que utilizaba Jesús de Nazareth para enseñar la Buena Noticia no requerían explicaciones. Sus oyentes no las necesitaban pues Él les hablaba a partir de cosas que todos ellos conocían y vivían a diario, y es eso, esa voluntad de hablar con las mujeres y los hombres de hoy a partir de sus aconteceres diarios, en sus mismos idiomas, lo que nos anda faltando. Nos gusta perdernos en las tortuosidades de profusos razonamientos eruditos, psicológicos o teológicos invariablemente teñidos de abstracción, contrapuestos al maravilloso sentido de la Encarnación de Dios. Y así la misión deviene en una mera captación de adeptos.
Esas gentes entendían perfectamente. En los tiempos de la predicación del Maestro la luz era un bien muy preciado...y muy caro. Cuando caía la tarde en Palestina, sólo quedaba irse a dormir debido a la oscuridad; las viviendas familiares de la gente sencilla estaban compuestas, por lo general, de un monoambiente amplio en donde convivía la familia. Y para prolongar por un rato más el día, compartir con los afectos, comer, rezar, mirarse, y hacer alguna tarea pendiente, se ubicaba una lámpara de aceite en el sitio más elevado de la habitación. A nadie se le hubiera ocurrido colocarla bajo la cama o cubrirla con un recipiente. La lámpara, la luz, ha de estar bien a la vista para que a todos irradie.
No hay que ir a menos. La luz no nos pertenece, de ningún modo, pero con una inefable confianza depositada en nosotros, se nos ha confiado su cuidado, el portarla, el llevarla a todas partes. La luz de la verdad, la luz de la justicia y el derecho, la luz de la compasión, la luz de la solidaridad, la luz del servicio, la luz de la fraternidad.
No se trata de premios o castigos.
Cielo e infierno no sn cuestiones específicamente postreras. Se deciden mayormente en el aquí y ahora, por la libertad que ejercemos si somos fieles a la verdad, por las tinieblas que nos empeñemos en enarbolar. Todo ha de saberse, y es en cierto modo una cuestión de cosechas. No es tanto el mentado todo vuelve, sino más bien los frutos de las semillas que andamos esparciendo. Todo se cosecha en la existencia.
Más allá de todas estas pobres especulaciones menores, la verdad primordial y fundante es el amor de Dios. Pues todos somos niños pequeños dependientes absolutos de su Misericordia.
Que la luz de la Palabra sea lámpara para nuestros pasos.
Paz y Bien
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