Nombrar a Dios


Cuarto Domingo de Adviento

Para el día de hoy (22/12/13):  
Evangelio según San Mateo 1, 18-24




(Por causa de distintas modas imperantes, porque hemos banalizado demasiado las cosas, o tal vez porque lo hemos olvidado, el hecho de nombrar a un hijo no es demasiado relevante. Pero hasta no hace mucho tiempo, el dotar a un hijo de un nombre era crucial, una acción fundamental de los padres del niño recién nacido.

Un nombre otorga, ante todo, identidad y por ello pertenencia, lazos familiares; también una historia en la que espejarse y reconocerse, el ancla de una cultura. En muchas culturas, el nombre llegaba a definir personalidad y destino del nombrado, y a su vez aunque muchos otros compartan el mismo apelativo, esa persona nueva será única merced, en gran parte, a ese nombre que se le ha brindado a puro amor y conciencia.

José de Nazareth es un humilde artesano galileo que apenas sobrevive en ese caserío sin importancia. Tras una nebulosa de siglos, entre su frondoso árbol familiar podía encontrarse al mismísimo rey David, aunque el estatus y la vida diaria del carpintero indiquen muy poco de realeza.
Sin embargo, la realeza la porta con silencioso honor, y el Evangelista Mateo lo reviste de uno de los mejores elogios a los que un hombre puede aspirar: José era un hombre justo. José era, ante todo y por sobre todo, un hombre bueno.
Está desposado, aunque aún no conviven, con una ignota muchachita judía casi invisible de su misma aldea, María. Sin lugar a dudas y más allá de las convenciones sociales de los matrimonios arreglados, se aman con la intensidad frutal de los pobres.

Así entonces, frente a ese embarazo extraño y asombroso de su esposa, José vacila y tiene miedo. Seguramente ella le ha confiado el anuncio del Mensajero, y ese bebé que se le crece y todo lo que está aconteciendo sólo es posible porque Dios ha intervenido.
No hay moralina sexual ni improbable evaluación legalista que sea acorde a la evidente inocente transparencia de María.

Las dudas de José y las ganas de irse lejos son a causa de sí mismo. Se descubre mínimo e indigno frente a la abismal enormidad de lo que se plantea, y como todos los hombres buenos, primero y ante todo no hay que hacer daño, primun non nocere, desaparecer de escena en silencio.

Pero hay gentes -imprescindibles- como José de Nazareth que cuando la razón le esgrime belicosa sus limitaciones, no se rinden con facilidad, y lo que no encuentran en la vigilia seguramente lo descubrirán si se atreven a soñar, a ir más allá de las acotadas evidencias, terreno frondoso del co-razón.
La aparición del Mensajero ante todo disipa el miedo, y José es obediente porque escucha atentamente lo que se espera de él mismo, y es un convite maravilloso. No es para cualquiera. Es para los que le ponen garra, afectos, empeño y servicio, locos enamorados de la vida, locos felices que se descubren totalmente cumplidos si hacen lo que deben sin buscar mieles de reconocimiento o recompensas, magníficos héroes diarios del cuidado humilde, del socorro silencioso, sombra bondadosa que se ofrece incondicional.

José asumirá hasta la raíz la misión de nombrar a Dios. Lo llamará Jesús -Yehoshua, Dios Salva- nombre que revela identidad y destino, nombre que le regala parientes y orígenes certeros de mesías que pueden rastrearse a la majestad davídica.
Sin José, sin su compromiso y su dedicación, Cristo sólo será otro hijo natural entre tanto niño sin raíces, un bastardo sin origen, un minúsculo grano de arena a la deriva que a nada se aferra y que nunca ha de hacer pié, retoño de madre joven sin protección y sin calor familiar para crecer firme como un roble.

Navidad es la bondadosa paradoja del Dios del Universo, Dios Eterno y Omnipotente que se hace uno de nosotros -inclusive, se llega humanamente hasta los arrabales mismos de lo profano-, y en ese estar y permanecer se pone en nuestras manos, que las buenas noticias y un mundo nuevo, santo y definitivo no serán posible si nosotros no nos involucramos, que hay que nombrarlo para que se sepa quien es en verdad, para que volvamos a acunar, poco a poco, esta vida en estos brazos)

Paz y Bien



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