Para el día de hoy (16/12/13):
Evangelio según San Mateo 21, 23-27
(La escena cobra su verdadera relevancia por donde se desarrolla, y es en el mismo Templo. El Maestro había expulsado a mercaderes y derribado las mesas de los cambistas y ello, junto con todo lo que venía haciendo y el modo en que hablaba y enseñaba, ponía nerviosos a los que detentaban el poder religioso y por ende social de Israel. Es por ello que quienes lo interpelan son los ancianos del pueblo -presuntamente, miembros del Sanedrín- junto a sumos sacerdotes.
Ellos ejercen la máxima autoridad por sobre el pueblo de un modo absoluto, con carácter de dominio y ejercicio al modo de propietarios con derechos, y eso no admite competencia alguna.
Es dable suponer también, al menos en parte, que a Jesús de Nazareth le guardaban cierto desprecio por su humilde origen galileo, carente de pergaminos académicos que exhibir o de ascendientes notables en los que escudarse. Pero el núcleo central es que ese Cristo representa para ellos una amenaza que no alcanzan a comprender del todo, pero que entienden que es necesario eliminar. Siempre gustamos de interpretar a la realidad y al otro desde una única perspectiva.
Para colmo de males, Jesús rechaza ser denominado Hijo de David, con lo que queda desechada una eventual intervención romana en cuanto a una potencial sedición. Les hubiera significado un negocio redondo que otros se ensuciaran las manos y ellos lograran su objetivo. Pero a la vez no quiere tampoco ser llamado abiertamente Mesías: de ese modo, ellos tendría así la herramienta legal de la blasfemia para procurar su condena a muerte.
Las preguntas que le hacen se revisten de esa misma índole: para ellos hay un patente conflicto de autoridades que es menester resolver a la brevedad. Por eso mismo se trata de una pregunta con dos vertientes: qué autoridad tiene y quién le ha conferido esa autoridad.
Ellos mismos son la ortodoxia, la norma oficial, aquellos que legitiman y acreditan a escribas y rabbíes, y así entienden que Él debe rendirles cuenta de sus acciones. Ese galileo insolente está usufructuando algo que no le pertenece.
Jesús es el Siervo sufriente, encarnación de la misericordia de Dios. Pero que sea manso como un cordero no implica que sea tonto en la misma proporción. Es por ello que con astucia y picardía campesinas les responde con una pregunta, que no tiene nada de evasión, y su pregunta los descoloca y desconcierta por completo, colocándolos frente a un insoluble dilema.
Esos hombres no tienen excusas ni argumentos posibles frente al Bautista. Si el testimonio de Juan provenía de Dios, ellos lo ignoraron y ningunearon, encerrados en su soberbia. Si abiertamente cuestionaban su inspiración, tendrían a todo el pueblo en su contra, pues el Bautista era considerado un profeta, un hombre santo. Esta última inquietud es muy similar a esas ansias que hoy encontramos en las preocupaciones de los poderosos para con la opinión pública.
Por esa disyuntiva, ellos no contestan. Sin embargo, con todas sus bibliotecas de respaldo, no se dan cuenta que así están minando su propia autoridad, porque la gente más sencilla -especialmente, todos aquellos que no suelen ser tenidos en cuenta para nada excepto a la hora del dinero o los votos o la guerra- sabe bien desde donde soplan los vientos y por donde amanece el sol cada día.
Por eso dicen que los pobres y los pequeños son los que en verdad los mejores custodios de Cristo y de la Buena Noticia.
Se trata de permitirse la claridad de la verdad, de hacer ecos buenos de las evidencias eternas y silenciosas que están allí, a la vista de todo aquél que se atreva a mirar y a ver. Se trata de redescubrir que la autoridad es servicio que hace nacer cosas nuevas, que no es dominio ni imposición, que no hay que pedir permiso para la bondad, y que hay un Cristo que prevalece en las honduras de los corazones más allá de cualquier cuestionamiento)
Paz y Bien
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