Para el día de hoy (11/12/13):
Evangelio según San Mateo 11, 28-30
(Clave/llave de la Buena Noticia es la universalidad del llamado: contra toda suposición y cálculo falaz o mezquino, la invitación de Jesús es a todos los cansados, y no hemos de presuponer que se dirige solamente a los discípulos o a los cristianos, delimitando la invitación a una pertenencia determinada.
Porque el compromiso de Dios que expresa Jesús de Nazareth es para con toda la humanidad, sin excepciones ni condiciones. Por la liberación, por la salud, por el alivio, por la plenitud. El sueño nunca resignado de que seamos felices.
Hay cansancios y cansancios.
Hay cansancios provocados, cansancios impuestos que doblegan a tantos, especialmente a los más débiles, a los que no tienen cómo ni con qué defenderse, y entre todos ellos, los agobios sobre los corazones que impiden cualquier amanecer e imponen noches perpetuas.
Hay cansancios que son consecuencia de nuestras propias miserias, la rueda continua de de una rutina carente de sentido, apenas y a penas una mera supervivencia.
Pero también hay cansancios elegidos, magníficos, santos. Son los cansancios de todos aquellos que reniegan de si mismos, devotos escandalosos de la solidaridad, locos del servicio, para los que la vida no es vida sino se ofrece a los demás.
Y hay yugos, claro está. Quizás esta alegoría se comprendía mejor en la época del ministerio del Maestro.
El yugo era la herramienta agraria por la cual se unían los bueyes a partir de sus cuellos con dos objetivos: que no se salieran de la ruta del conductor y anduvieran juntos por la misma huella -sin desvíos-, y que el esfuerzo de sus poderosos músculos fuera eficiente. Una carga bien distribuida llega más lejos y más rápido sin agobiar a los bueyes, y los buenos amos se ocupan de que los yugos no lastimen los cuellos de los animales con el roce o con un peso insoportable.
No somos bueyes, pero nos falta el yugo de Cristo. Quizás no tanto para andar derecho, como muchos mandones añoran; a veces es mejor torcer un poco la huella para valorar la senda recta. Pues siempre hay un camino de regreso.
Y quizás aún, a pesar de tanto tiempo transcurrido, no hemos aprendido a andar juntos, compartiendo cargas y existencia. Porque el yugo de Cristo tiene el peso leve y cálido de un bebé, de un Niño recién nacido, de un Niño Santo)
Paz y Bien
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