Para el día de hoy (02/12/13):
Evangelio según San Mateo 8, 5-11
(Los centuriones eran los oficiales clave en el funcionamiento y la eficacia militar de las legiones romanas; ellos comandaban las centurias, unidades de aproximadamente ochenta hombres, las que a su vez se agrupaban en cohortes y luego en legiones.
No es errado suponer que la preponderancia imperial duradera a través de tantos siglos de Roma, encuentra uno de las principales apoyaturas en su poder militar, y este poder se cimentaba en la estricta disciplina de las tropas romanas; los militares romanos cumplían el doble rol de tropas de combate y también de fuerza de ocupación de los territorios dominados, prestos a reprimir cualquier atisbo insurreccional.
Todos los pueblos lo sufrían. Pero en el caso de Israel se agravaba, toda vez que el ocupante romano hollaba la Tierra Santa, adoraba a dioses extraños y, como extranjero, portaba la mayor de las impurezas rituales y sociales, o sea, precisamente el hecho demoledor de ser ajeno, de no pertenecer al pueblo elegido.
Por ello mismo, es tan importante lo que el Evangelio para el día de hoy nos brinda. Y más aún, ha de ser leído en clave esperanzada de Adviento.
Ese centurión es alguien a quien cualquier judío en su sano juicio evita por todos los medios. Lo desprecia fervorosamente, a menudo con sobradas razones. Mucho menos, le prestará su atención o le tenderá una mano amiga, una ayuda, o simplemente la cortesía cordial de la escucha.
Pero este Jesús de Nazareth ha trastocado todo lo razonable y lógico. Alabado sea Dios.
En el tiempo nuevo que inaugura, lo que realmente define y decide la existencia es, ante todo, esa primacía de un Dios que se acerca y busca al ser humano. A nadie desprecia, a todos ofrece su amistad y su bondad entrañables.
Ese soldado se reconoce indigno por oficio y circunstancias. Seguramente, un hombre acostumbrado a mandar y a ser obedecido ha debido hacer un terrible esfuerzo para doblegar su orgullo. Pero puede más la necesidad del otro antes que las raíces de soberbia que entorpecen y obstruyen.
El centurión ha descubierto, a partir de su cotidianeidad, que no hay modo alguno para lograr sortear el abismo que lo separa de ese Cristo que lo escucha, pero aún así confía, y desde la confianza acontecen los milagros.
Entre Dios y nosotros también hay un abismo insalvable, que no puede atravesarse por más méritos que acumulemos ni por simple pertenencia confesional, religiosa.
Pero el puente ha quedado tendido entre Dios y el hombre por el amor de Aquel que nos sale al encuentro desde la sencillez de un Niño, con una fé en nosotros inconmensurable, con una confianza que nos sana y nos libera)
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario