Para el día de hoy (29/08/10):
Evangelio según San Lucas 14, 1.7-14
(Durante un largo tiempo, muchos hemos oscilado entre trapecios peligrosos para el equilibrio de nuestro interior: es aquel balancearse que vá desde la pura literalidad en la lectura de la Palabra hasta el opuesto, que es aquel en donde la Palabra ya no nos dice mucho, no nos interpela. El extremo, quizás, pueda encontrarse en considerarla como una instancia histórica, es decir, como un mensaje pretérito dicho en algún momento por un extraño rabbí galileo y no como Palabra Viva, Verbo que nos habla hoy, aquí y ahora, en este presente.
Y Jesús, nuestro Maestro, en esa vocación eterna y constante de enseñar, se vale de signos y símbolos para que la Buena Noticia atraviese la dura corteza que, capa a capa, nos han colocado y también nos hemos ido poniendo con total conveniencia.
En el Evangelio para el día de hoy late la vida y resuenan signos y símbolos.
Signos, señales inequívocas que nos orientan la mirada a una realidad concreta, determinada -tácita o explícita- pero sin embargo, indudable y certera, con la contundencia de la verdad.
Símbolos que nos amplían el horizonte de lo cotidiano, la estrechez de la rutina y nos invitan a sumergirnos en el mar sin orillas de lo eterno desde este preciso instante.
-no hay casualidades, señoras y señores, hermanas y hermanos, amigas y amigos: más bien y ante todo, existen las causalidades que son producto de la providencia de Dios Padre y Madre-
Mirada gestáltica, dicen los que saben, y en principio de trate de eso: una mirada profunda y totalizadora, capaz de advertir el detalle sin perder la perspectiva del Todo. La enseñanza nos centra los ojos de modo inmediato en un banquete, y ese banquete nos impulsa a ir más allá, a esa voluntad amorosa del Creador que pretende, sin desmayos e incansablemente, una fiesta perpetua, una celebración sin final para todas sus hijas e hijos, el ágape que comienza en estos andurriales y prosigue en los terrenos maravillosos de ese Altísimo tan cercano.
No quiere el Dueño de casa que falte nadie, ni buenos ni malos. Quizas por eso Jesús, sabiendo que era invitado con fines ajenos a un espíritu de celebración, no rechaza el convite; era aviesamente vigilado por los asistentes, con esa intensidad tan habitual de quien detecta con facilidad los errores y defectos del otro.
Fiesta brava, dirían algunos de mis hermanos del otro lado del mar: esa cena podría convertirse en indigestión peligrosa por los intereses en juego. Pero el Maestro no vacila, aún poniéndose en riesgo, aún cuando algún autoproclamado puro de corazón estirado se pudiera sentir ofendido.
En el comienzo de estas líneas escasas se planteaba el peligro de la literalidad: allí también se enraíza aquel error usual de creer que Jesús plantea en el rostro de los fariseos -de los personajes importantes de todo tiempo y lugar- un dilema moral.
Nada de eso: es más, mucho más, siempre hay más.
Si acaso imaginamos al Evangelio como una compilación de actitudes morales a cumplir estrictamente, no hay noticia que sea ni Buena ni Nueva.
Es el tiempo de la Gracia, es decir, de la única revolución posible: la del amor.
Gracia, Gratia, gratuidad... Tiempo nuevo y definitivo signado por la generosidad y el abandono del ego, canción del desinterés, sinfonía de los regalos.
Extraña celebración en donde los asientos preferenciales son pertenencia de los pobres, los lisiados, los paralíticos y los ciegos; anticipación de esa acción de gracias universal que llamamos Eucaristía, en donde todos tienen la misma dignidad de ser hijos de un mismo Padre, salón infinito en donde ingresan en primer lugar los que sólo son ricos en Dios, los que están sumidos en la miseria, los no pueden ir mucho más allá de donde se encuentran, los caídos al costado del camino, los que no pueden ver más que oscuridad, tan cegados de dolor.
El tiempo de la Gracia es tiempo pro-positivo de cruz: el cadalso romano de los criminales más abyectos es ahora el signo del amor mayor, con un brazo apuntando al cielo y el otro -inseparable- que se extienden a los que están a los lados.
En esa dignidad de hijas e hijos es donación, herencia invaluable del Padre, y es también semilla a ser cuidada con esmero de campesinos tenaces. Se trata de ceder el lugar al otro sin esperar nada a cambio, del mismo modo que todo se nos ha sido dado por amor perpetuo.
Sin esperar nada a cambio en estas convenciones sociales que nos engolosinan... pero tampoco momentos de premiación futuros -esos cazarecompensas en los que a menudo nos transformamos, intentando virtudes en el más acá para escalar ignotas tablas de posiciones en el más allá-.
La maravillosa locura del Evangelio comienza tal vez en el abandono alegre del yo en la búsqueda del tú para llegar al nosotros con Él.
Quizás sea un momento crucial -siempre lo es- para ceder el paso al otro, del mismo modo que el Maestro, que nada ha querido para sí.
Se abre la puerta de la eternidad en este ahora tan escaso y egoísta cuando, tras los pasos de Él, el interés y la vida de mi hermano, de mi prójimo cercano y lejano se vuelve lo primordial. Cuando mi sitio y mi hogar se afincan en la necesidad del otro, y no hay mayor satisfacción ni tesoro más preciado que el darse. Cuando las cosas se vuelven verdaderamente nuestras en la medida en que las damos sin esperar nada a cambio, pura gratuidad, total Gracia.)
Paz y Bien
PELÍCULA "EL MAESTRO" 1957 🎬🎓🏫
Hace 2 horas.
4 comentarios:
Excelente comentario Ricardo.
Los puestos...¡Ah, los puesrtos!! Si aquí se hace la vida imposoble a quien sea para alcanzar un poco más, cuand más tendríamos de dejar tener y ceder a los que nunca han sido agraciados por nada, sino al contrario con penurias. Por eso dios en su justicia pome misericordia y en ella confiamos, el puesto que nos de, ese será el grado de amor que hemos dado a nuestros hermanos.
Con ternura.
Sor.Cecilia
Es el único tesoro valioso de conseguir, primero, y luego guardar en nuestro propio ser. No llevaremos nada al banquete que venga del exterior, sólo aquello que sea guardado en nuestro ser, será validado por el SEÑOR.
Un abrazo en XTO.JESÚS.
Gracias, querida sor Cecilia, por su cálida presencia constante; coincido plenamente, resulta más que imprescindible ceder y más aún, cedernos para que el otro viva, y que florezca la Misericordia.
Un abrazo para usted y su comunidad en Cristo y María
Paz y Bien
Ricardo
Así es hermano, nada es más importante ni más valioso: sólo Él, sólo el Reino
Un abrazo en Cristo y María
Paz y Bien
Ricardo
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