Para el día de hoy (11/08/10):
Evangelio según San Mateo 18, 15-20
(Cuando hay dos o más personas reunidas en nombre de Jesús, Él está presente en medio de ellos.
Pero, ante todo, es Él el que convoca a los dispersos y los re-une.
No hay que confundirse: Jesús es quien construye comunidad con mujeres y hombres, y no a la inversa. Por ello, la comunidad cristiana es ámbito de trascendencia: por su presencia real es espacio sagrado.
Quizás no nos detenemos en ello a menudo, tal vez sea la malsana rutina la que nos ha vendado la mirada: en la comunión -inclusive, más allá de tiempo y distancia- sucede el milagro, es decir, hay una intervención directa y eficaz del Dios de la Vida entre las gentes.
Desde allí, en ese espacio que es sagrado por la presencia de Jesús, laten con fuerza y al unísono tres frutos especiales: el perdón, el cuidado del otro y la reconciliación.
El perdón que cura heridas y libera ataduras. En ese recinto no son aceptables relaciones de poder sino de fraternidad y servicio.
Por eso mismo, cada uno de sus miembros descubre en el otro a un hermano, y todos y cada uno son responsables de la salud/salvación del otro.
Ese cuidado, esa preocupación por una vida plena y libre del hermano es la expresión cabal de la misericordia de Dios entre nosotros.
Y esa comunidad tiene un don, un regalo, una gracia muy especial: la de atar y desatar en la temporalidad simultáneamente con la eternidad.
El don de desatar lo que ata al pasado y a las miserias, el don de crear nuevos lazos que -aunque nos parezca paradójico- son ligaduras de liberación, pues crean una nueva familia desde la fraternidad otorgada generosamente desde el Padre común.
Cuando uno de estos frutos falta, es síntoma de que la comunidad no es fiel y no ha dejado un lugar a la mesa para el Maestro.
Mas no hay que desesperar: el Señor construye desde nuestra pequeñez, con nuestras luces y sombras y más allá de nuestras miserias.
Todo está -cada día- por hacerse)
Paz y Bien
Sólo estár....
Hace 6 horas.
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