Para el día de hoy (15/12/16):
Evangelio según San Lucas 7, 24-30
Estamos en los umbrales de la Navidad. Es tiempo propicio y urgente, y la Palabra nos ubica en una disyuntiva tal que no queda otra que hacer opciones fuertes, definirse, ubicarnos del lado de aquellos que se saben pecadores y necesitados de conversión y de regreso a Dios o bien en la vereda de aquellos que por ciertas prácticas religiosas o por mera pertenencia eclesial se consideran exclusivos adjudicatarios de las bondades divinas, y así -autosatisfechos con sus existencias- no se consideran necesitados de nada, frustrando el plan de salvación que Dios sueña para cada uno de nosotros, para todos.
El elogio del Bautista que expresa Jesús de Nazareth tiene que ver con su vocación profética, con su fidelidad sin mella, con su inquebrantable estatura ética, con su talante humilde, con su voz clara que hoy mismo sigue allanando corazones, preparando la llegada del Salvador.
Una caña era el símbolo del poder herodiano que se reflejaba en las monedas que en su época se acuñaban; a su vez, una caña oscilante refleja las veleidades torpes de los que se aferran al poder temporal, los que acumulan dominio y oprimen al prójimo, el poder a cualquier costo y de cualquier manera, los que se doblegan ante las vanas tentaciones del mundo, que apabullan pero que suelen diluirse con rapidez, lo que no permanece y perece.
Juan es firme como un roble y no se inclina ni aún en las mazmorras herodianas, mientras se trama su homicidio. Juan sólo se inclina ante su Dios y en Él está su seguridad y su fortaleza.
Juan no se deja esclavizar por las apariencias ni es devoto de la pompa y el boato de los poderosos. Juan es pobre de medios, pues el tesoro de su corazón está en otro lado.
Juan es fiel y coherente con su fé hasta las últimas consecuencias. Un profeta y más que un profeta, el Precursor que prepara los caminos del Señor, la voz de Dios que clama en el desierto que es encuentro y profecía.
Juan es humilde. Su fuerza, su alimento y sus certezas están en Dios, y aún cuando vacile su razón, no abandona su misión ni se resigna.
Es menester, en este tiempo santo, volver al contemplar el bautismo en su vertiente de muerte y renacimiento a una vida nueva, converger hacia Dios y hacia el hermano en la ternura de un Niño que es nuestra Salvación.
Paz y Bien
2 comentarios:
Gracias, hermoso compartir, Cuanto más grandes somos en humildad, tanto más cerca estamos de la grandeza. Un gran abrazo fraterno.
Dios ama y exalta a los pequeños, querida hermana, como cantaba María de Nazareth
Gran abrazo
Paz y Bien
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