Para el día de hoy (23/12/16):
Evangelio según San Lucas 1, 57-66
No hay calendarios ni tabulaciones para las cosas profundamente humanas. Cada persona es un universo único, y todo tiene un tiempo particular de crecimiento, de maduración, de paciente espera de frutos; cuando se plantean soluciones instantáneas o sanidades mágicas, es más que saludable desconfiar.
El anciano sacerdote Zacarías había enmudecido frente al anuncio del Ángel, que le comunicaba una noticia maravillosa, una bendición de Dios: a pesar de la avanzada edad de la esposa y la suya propia, serían -contra toda lógica- papás de un niño luminoso, señal de esperanza para su pueblo.
Isabel se oculta en su hogar varios meses; la joven María de Nazareth sale a los caminos con otro embarazo asombroso, sin esconderse. El tiempo propicio de Dios, kairós, parece que se decide con las mujeres y los niños.
Finalmente, llegó el tiempo del parto y por todo el contexto, se realza el simbolismo del término alumbramiento. Ese niño es una bendición y una alegría para sus padres que se contagia a sus parientes y vecinos.
Todo niño que nace debería ser motivo de serena celebración y gratitud: es importantísima la defensa de los no nacidos, tan importante como la protección de la vida que asoma, su crecimiento sano y en paz.
Esa alegría contagiosa se extiende a los vecinos y a la parentela. Con cierta picardía, quieren imponer sus criterios acerca del nombre que ese niño asombroso e inesperado debe llevar, quizás Zacarías como su padre.
Isabel los detiene: su nombre es Juan, que significa Dios es misericordia. En silente comunión, ella lo sabe por Zacarías, nombre que le ha revelado el Mensajero del Altísimo.
Por cierto, en el cordial ánimo de esas personas hay también una tácita valoración de lo antiguo, del aferrarse a lo conocido, a lo viejo. Además, un hijo no es una prolongación de sus padres, ni quien deba superar las frustraciones paternas. Un hijo es una bendita vida nueva que debe tener vuelo propio.
Nombrar a un hijo, ponerle el nombre que habrá de llevar es crucial, a pesar de las tendencias a adaptarse a modas y a banalidades. Un nombre revela carácter y denota misión vital. Por ello la decisión que se está por tomar allí es tan importante.
Zacarías lo reafirma, escribiéndolo en una tabla: su nombre es Juan. No habla, pero no ha perdido la Palabra.
El tiempo se había cumplido para Isabel pero también para Zacarías. Había madurado desde el silencio. El hijo que les ha llegado es un niño santo, un niño que asombra e interpela al pueblo, pues la mano de Dios está con él.
Niño santo que revela la misericordia de Dios en su gestación, en su nacimiento, en su nombre y en toda su vida. Niño santo que será profeta y precursor del Mesías. Niño que llamará a los fieles al regreso a los caminos de bondad y justicia.
Otro Niño, en poco tiempo, viene a convocarnos a la Salvación.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario