Para el día de hoy (14/12/16):
Evangelio según San Lucas 7, 19-23
Bravo momento el de Juan. Languidecía su inocencia en la mazmorra herodiana, y en los salones de palacio -como en una ruleta cruel y sangrienta- se decidía su muerte de manera caprichosa.
En los momentos críticos salen a la superficie defectos y virtudes, opacidades y luces, y la fé se pone en entredicho. Más aún, la real dimensión de la fé expresa su talla en esas instancias, cuando todo parece hundirse, cuando el horizonte se desdibuja cerrado o inexistente.
Temeroso Juan, poblado de incertidumbre y aún así enorme en su integridad y firme en su fé. Ni el miedo ni la tiniebla que lo circundan pueden con su corazón de profeta ni con su fidelidad a la verdad.
Él imaginaba y sostenía a un Mesías durísimo, terrible, un Mesías de azufre y fuego que impartiría venganza a aquellos que no se convirtieran a tiempo. Pero Cristo, el Servidor manso y sufriente, no se adaptaba a las viejas molduras.
Príncipe de Paz, Dios con nosotros, desplegaba sin excepciones una bondad asombrosa, el santo designio de un Dios que es salud y luz, palabra y liberación, Buena Noticia que se anuncia a los pobres, vida que se prodiga en alegre detrimento de una muerte que no tiene la última palabra.
Juan lo había reconocido como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, a impulsos infinitos del Espíritu de Dios. Él tiene sus dudas, y la razón no le brindas las respuestas suficientes, pero es ante todo un hombre de fé, un hombre que quiere seguir creyendo, un hombre que contempla y venera la verdad.
Adviento es un tiempo santo, una bendición que se nos ofrece para volver a preguntarnos si Cristo es en verdad Señor de nuestros corazones o si andamos buscando algo o alguien más.
Ni regresión a pasados confusos ni fugas a futuros imaginarios, sino fecundar el presente, tiempo propicio de Dios y el hombre, con el Dios que nos llega humilde, pequeño y pobre, un Niño en nuestros brazos.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario