El Dios de María de Nazareth








Para el día de hoy (22/12/16):  

Evangelio según San Lucas 1, 46-55



El Magnificat, canción de María de Nazareth que hoy contemplamos en la Palabra del día, posee profundas reminiscencias veterotestamentarias. Con relativa facilidad podemos rastrear el cántico de Ana, la madre de Samuel -que el pueblo judío rezaba con frecuencia- y que alaba a un Dios que nunca se desentiende de las cosas que le pasan a los suyos, un Dios involucrado con su pueblo, un Dios que cumple sin vacilaciones lo que promete.

Aún así, aún cuando la Antigua Alianza le aporte toda su poesía, la música es completamente nueva, novísima, música de la Gracia. En el gozoso canto de María ya percibimos las Bienaventuranzas del Hijo y unavisión de la historia que estremece y sacude preconceptos, producto de la profunda vivencia de su Dios, un Dios que crece y madura en su seno y que se ha hecho realidad primero en su corazón inmaculado.

Esa alegría tan maravillosamente contagiosa expresa, ante todo, la emoción de su alma y el motivo de ese gozo, su magnífico Dios que ha inclinado su rostro hacia su pequeñez, su humildad y su pobreza, un Dios que dá y se dá, un Dios que plenifica, un Dios que acrecienta la vida. Un Dios asombrosamente parcial para con los pequeños.

Por ello y por creer aunque todo diga lo contrario, todas las generaciones la reconocerán feliz, bienaventurada, mujer creyente, Madre, hermana y discípula, con una alegría trascendente que viene del Altísimo y se dirige a Él, pues no se agota en resoluciones de problemas mundanos. Santo y alabado sea el nombre de Dios.

Ella lo sabe bien: en su interior crece el Hijo de sus amores, carne de su carne y motivo de su fé, hacia quien se ordena toda la historia de la Salvación. La historia y el universo convergen hacia el Hijo que crece en su interior, Cristo, un Hijo que es rey del universo. Pero su reino no es de este mundo.

El Reino del Hijo tra señales inequívocas del amor de un Dios profundamente enamorado de su creación y que jamás se desentiende de sus hijas e hijos, de las cosas que le pasan, un Dios que exalta a los humildes, que dispersa a los soberbios y a los arrogantes, Dios defensor de los pobres que derriba a los poderosos de sus tronos, un Dios que colma de bienes a los hambrientos y despoja a los ricos, porque el Dios de María de Nazareth es justicia para con los anawin que sólo confían en su misericordia, un Dios que es motivo de todas las esperanzas, impulso para nuestras cobardías, compromiso para nuestras omisiones.

El Dios de María de Nazareth es un Dios de amor, de misericordia y ternura que inaugura el tiempo santo entre Él y la humanidad. Ella lo vive en su fé y lo siente crecer en su interior y con Ella atesoramos Su Presencia en la nuestras existencias para que retrocedan todas las miserias y se santifiquen la tierra y los tiempos, tenaces y humildes obreros de la Gracia y del Reino del Hijo.

Paz y Bien




1 comentarios:

ven dijo...

Gracias, por su reflexión de hoy, que Dios sea con usted, un fuerte abrazo fraterno.

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