(La fecha tradicional de esta celebración es el 8 de mayo; este año, se mueve al día 9 por coincidir en día precedente con la celebración de la Ascención del Señor)
Nuestra Señora de Luján - Patrona de la Argentina
Para el día de hoy (09/05/16):
Evangelio según San Juan 19, 25-27
La vida de ese hombre transcurría joven y libre en la Cabo Verde africana, calor de sabana, frescor atlántico, zona de Costa de los Ríos. Era ya un adulto, y quizás comenzaba a cumplir sueños de familia y descendencia; pero en 1604 una realidad mezquina y brutal castigaría sus huesos. Atrapado como un animal, vendido como una mercancía hubo de soportar la infamia de la esclavitud, traficado en las bodegas de un buque mercante hasta las costas brasileñas, mercado de almas y cuerpos -no demasiado distinto a la actualidad-.
A las cosas se las usan y se las descartan cuando se vuelve inútiles; de las cosas se espera que sean meros instrumentos de los deseos de los propietarios. Así, a ese hombre se lo arranca de su tierra natal, de su ámbito natural y también se le borra su nombre original, en la inteligencia de disolver su identidad y aplastar todo atisbo de rebeldía: ya en tierras americanas se lo cristianiza a la fuerza, bautizándolo.
Su nombre cristiano: Manuel Costa de los Ríos.
Sin embargo, en el acontecer humano nada es tan lineal ni mensurable con ecuaciones exactas. Hay un río caudaloso y subterráneo que no se vé a simple vista pero que está allí, pujante, vigente.
Dios a menudo se vale de pentagramas desdibujados y torcidos para componer magníficas sinfonías junto al hombre.
Y ese Dios que es Padre, desde los bordes de la historia, desde la periferia de la existencia, desde lo que no cuenta y no es tenido en cuenta, transforma los tiempos, los fecunda, los vuelve más humanos.
En 1630, en una nave de comerciantes y contrabandistas se embarcan dos imágenes de la Santísima Virgen María, una representando a la Pura y Limpia Concepción, la otra a la Madre de Dios, con el Niño Dios en sus brazos; su destino era la capilla de una estancia, quizás con ciertos visos de culto privado, escaso, para unos pocos.
Como parte de la mercancía, embarcan al esclavo negro, tal vez en afanes de comprar y vender, tal vez como un presente o pago de favores, algo que se puede regalar.
Desembarcados en el puerto de Buenos Aires, las gentes que portan esa mixtura de imágenes santas y siniestra carga humana evitan el tradicional Camino Real para dirigirse a la estancia en Sumampa, en el norte distante. El viaje es clandestino, ruta de contrabando, pericia de delincuentes que se mueven por senderos escondidos entre las propiedades de ellos mismos.
El viaje no tiene nada de diáfano ni de pueril pureza. Como en casi todo, es necesario saber mirar y ver lo blanco, lo negro y las variantes grises. A orillas del río Luján, en un paraje perdido, la carreta dice basta, hasta aquí, ya no más; en aquel entonces, tanto para el desembarco río adentro como para el viaje por caminos rurales intrincados, las carretas eran tiradas por una yunta de bueyes, pura potencia, fuerza descomunal. Sin embargo allí no hay caso, algo pasa, las carretas parecen atornilladas al barro.
Nuevamente, los asombros. Los hacendados y peones no saben qué hacer, pero ese hombre que se llama Manuel -el nombre del Mesías- comprende lo que sucede. Se trata del obstinado amor de la Madre de Dios, de quien se hace servicial amigo, esclavo cordial.
Las ideas de patria y nación en ese 1630 no estaban presentes. Sólo éramos el borde periférico de la metrópolis imperial española, extramuros del mundo. Aún así, desde una historia en ciernes la Madre está aquí por decisión propia, con una tenacidad que sólo pueden tener los que aman, y por esa presencia constante sabemos que no vamos sólos, que tenemos cobijo y amparo, que estas tierras están benditas desde sus hijos más pequeños con amor y ternura maternales. Porque donde está la Madre, está el Hijo.
Ya no pudieron separar a Manuel de la Madre de Dios, servidor desde la caridad de María y de los necesitados. Por ello, cuando los que se pretendían dueños de su existencia venían a reclamar soberanías sobre su persona, él afirmaba rotundo
-Soy de la Virgen, nomás-
Es el manso grito de un hombre que era más libre que todos los negreros juntos, en la libertad de los hijos de Dios. Para nosotros, la exclamación de nuestro santo hermano Manuel se nos hace corazón, identidad, principio fundamental.
Somos de la Virgen, nomás.
Ni de los que creen que todos tienen un precio, los que comercian almas, los que se ensañan con los pequeños. Somos de la Virgen, nomás, libres, con todo y a pesar de todo, y nadie nos podrá separar de la Madre.
A vos Madre, te suplicamos junto a Manuel que le hables a tu Hijo de todos nosotros.
Andamos muy desencontrados, a menudo chillones ingratos, montados a lomos del potro bravo de la intolerancia. Nos hemos acostumbrado a la injusticia y a la violencia, a la miseria razonada, a la maldición de la corrupción.
Aún así, Virgen Gaucha, sabemos que seguís andando por nuestros arrabales, porque tu corazón es mucho más grande que la inmensidad de estas pampas. Que los pequeños y los olvidados tienen en vos refugio y esperanza. Y que aunque no lo digamos, Virgen surera, en verdad andamos escasos de ternura, mendigos de tu consuelo.
Hablale a tu Hijo de un querido hijo tuyo que te añora, y que debe calzar por estos tiempos las sandalias de Pedro.
Hablale a tu Hijo de todos nosotros, para edificar la vida, para que crezca como un árbol frondoso la justicia, para que nos germine la paz, para que jamás abdiquemos de la esperanza.
Somos de la Virgen, nomás.
Así sea.
Paz y Bien
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