Para el día de hoy (18/05/16):
Evangelio según San Marcos 9, 38-40
Las personalidades de los apóstoles era diversas, variopintas, no había en ellos una uniformidad sin distingos, sino más bien que desde caracteres muy distintos el Maestro forma una nueva familia, un nuevo pueblo, unidad en la diversidad.
Teniendo presente el sencillo postulado precedente, Juan y su hermano Santiago -Jacobo-, hijos de Zebedeo, son llamados tradicionalmente Boanerges o hijos del trueno: religiosamente fundamentalistas y portadores de bravos esquemas elitistas, de rechazo furibundo y violento de lo ajeno, de lo extraño. En cierta ocasión podemos recordarlos sugiriendo a Cristo arrasar con una lluvia de fuego a una aldea samaritana que se había negado a recibir al Maestro.
La lectura que nos presenta la liturgia del día tiene mucho de eso: los celos egoístas, el rechazo nervioso del que se supone extraño, la apropiación errónea de tornarse defensores de los derechos de Dios. Como si algunos tuvieran, precisamente, la vana arrogancia escrupulosa de los que se apropian de la autenticidad religiosa, pretensos delegados exactos del Creador -como si el Dios del universo requiriera defensa alguna-.
En realidad, esas posturas esconden terribles inseguridades por un lado, y por otro el alambrado de sus propios espacios acotados, relativos, mínimos. Para esas tendencias a menudo tan contundentes, la asombrosa libertad del Espíritu es en todo inconveniente, pues infieren que por simple pertenencia -por portación de ciertas credenciales- el Espíritu de Dios ha de estar a disposición de sus criterios y caprichos, la exclusividad de la bendición divina acotada a una élite.
En el Evangelio de este día todo ello se despeja. Es cierto que no todos los gestos pertenecen a Cristo, pues sólo es en verdad suyo lo que se hace en Su nombre, el bien que se propaga como rocío bienhechor.
Ello abre una ventana enorme, a menudo descartada. La mesa de los hermanos es mucho más grande que la que solemos tender.
Es cuestión de amistad, de profunda confianza en Aquél que no nos abandona. Los verdaderos amigos de Dios no se asustan, se alegran cuando descubren esos gestos en toda acción de bondadosa liberación realizada en el nombre del Señor.
Paz y Bien
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