San Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia
Para el día de hoy (02/05/16):
Evangelio según San Juan 15, 26- 16, 4
La liturgia nos convoca día a día a través de lecturas específicas de la Palabra de Dios; esta selección no obedece solamente a criterios de orden o secuencia, sino más bien a brindar una enseñanza, una educación que tiene mucho de proceso de crecimiento, paciencia de semilla que germina.
Así la Iglesia nos vá conduciendo y preparando para una de las cuestiones fundamentales de los creyentes, seguir confiando a pesar de la ausencia física, la desaparición visible del Señor -que reflexionaremos el próximo Domingo de la Ascensión- y arar las honduras de nuestros corazones para recibir los brotes del Espíritu en Pentecostés.
Será el Espíritu Santo quien guiará a los creyentes a través de los senderos de este mundo para no extraviarse y arribar plenos al encuentro con Dios.
El anuncio que realiza el Maestro es para consuelo y esperanza de los suyos y de todos los cristianos: Él se irá al Padre, pero su partida a su vez será certeza de la llegada del Espíritu Santo, Espíritu defensor -paráclito- que dará testimonio de la verdad sobre los hechos de la vida de Cristo.
Sin el auxilio del Espíritu, la vida de Cristo es un hecho histórico medianamente relevante, pero acotado apenas a ello, inclusive una personalidad gravitante pero sin trascendencia.
En cambio, con el Espíritu del Señor, los discípulos dará a su vez veraz testimonio de Cristo, testigos del amor de Dios en sus existencias y en la historia.
El testimonio no es solamente una actitud o un gesto específico, por el cual optamos en determinadas circunstancias. El testimonio es compromiso raigal de toda la vida, compromiso que involucra a todo lo que somos, y quizás por ello se correrán necesariamente tantos riesgos.
Porque el testigo cristiano -mártir- hace presente en el mundo el amor de Dios y expresa la Buena Noticia del reino; el mundo se articula y organiza de acuerdo a criterios de poder y sometimiento, a intereses mezquinos, a esquemas en donde Dios no tiene lugar, y por ello exonara con violencia a todos los testigos. En numerosas ocasiones, muchos se arrogarán pretensiones divinas al eliminar a un testigo, suponiendo así que se le hace un favor a Dios. En otras, al testigo se le expulsará de la vida comunitaria, será considerado un paria, un leproso social, un loco al que hay que aislar y repudiar sin más trámite.
Lógicamente, esas persecuciones horrorizarán y escandalizarán a los corazones más sensibles. No hay cosas que duelan mucho más que la injusticia.
Pero tal vez, la verdadera razón del escándalo sea una Iglesia cómoda y diletante, a la que nunca se censura ni persigue, pues es precisamente la persecución el signo cierto de su fidelidad, y de escuchar al Espíritu que nos vuelve a decir, corazón adentro y cada día, Abbá!
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario