Pentecostés
Para el día de hoy (15/05/16):
Evangelio según San Juan 20, 19-23
Los discípulos estaban encerrados, tapiados de temor y demolidos de desconcierto. Suponían que en ese espacio limitado estarían a salvo de las persecuciones, protegidos de las posibles derrotas, y es un espejo de una Iglesia cómoda en sus falsas seguridades, que cierra puertas y ventanas replegándose sobre sí misma por temor al mundo, a la globalización, a lo extraño.
Pero es menester contemplar la historia desde la mirada de Dios que siempre sueña amaneceres para todos sus hijos, aún cuando parezca la noche inalterable. No hay portón ni blindaje que impida la llegada del amor de Dios, y esos discípulos encerrados en sus miedos son también como una arcilla que se moldea y que por el aliento de Dios se yergue como un nuevo ser, una nueva creación crecida al soplo del Espíritu.
A menudo, la dura persistencia del sufrimiento impide la capacidad de descubrir novedades gratas, como si se nublara la vista a toda positividad y se mira con desconfianza y escepticismo cualquier hecho bondadoso. Incluso muchos argumentan que la fé es producto de los miedos, de pretensas apariciones fantasmales, trampas de una psiquis zarandeada por los cimbronazos que suele dar la vida.
Pero la fé cristiana no es una ilusión conciliadora de dolores, sino que se afirma en las marcas del dolor infringido, en las llagas de la cruz, en las heridas de la Pasión, en el Cristo que muere rotulado un criminal abyecto pero que contra toda razón y pronóstico ha derrotado a la muerte, ha resucitado y vive para siempre.
Los discípulos liberados del miedo viven la verdadera paz que no es la ausencia de conflictos sino la presencia de Cristo que les renueva todas las esperanzas.
Para muchos, esta vida nueva de los hermanos es señal de una ebriedad que se desprecia; razones no faltan, pues se comportarán con distinta actitud, a contramano del usual sentido común del mundo, avieso y calculador. Pero desde el servicio fraterno que han aprendido del Maestro se forjan vínculos nuevos, y el Espíritu Santo forja desde la mansa fragua del amor una familia nueva y creciente. Ya no son un grupo de individualidades que se amontonan, son una nueva comunidad común unión viva que palpita buenas noticias.
Babel significó el desencuentro de los pueblos por el olvido de Dios y la ambición desatada, los edificios monstruosos sin cimientos. Por eso Pentecostés es amable respuesta de Dios a todas las confusiones, a la dispersión sin destino.
Pentecostés inaugura también una nueva humanidad que se puede vincular a través del lenguaje universal del amor, para encontrarnos todos los pueblos y reconocernos hijos de Dios, hermanos por una bendición que persiste amorosa y tenaz.
Paz y Bien
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