Para el día de hoy (03/03/16):
Evangelio según San Lucas 11, 14-23
El escenario que nos plantea hoy el Evangelio es variopinto, con diversos colores y aristas pronunciadas. No es un escenario de soledad y oración, de profunda plegaria, y sin embargo a pesar de la multitud que bulle alrededor del Maestro es un ambiente sagrado, en donde se hace presente la Buena Noticia, la bendición de Dios.
La redacción del texto realizada por San Lucas nos brinda un sentido trascendente que se nos puede escapar si nos atenemos solamente a la pura letra: Jesús se encuentra expulsando a un demonio que era mudo. Luego, producida la sanación, el mudo comienza a hablar.
Es decir, hay una brecha entre el mal que somete a la persona y la propia persona enferma, y precisamente el Maestro desaloja el mal, ese mal que desnaturaliza, que deshumaniza, y así la persona recupera el habla, la capacidad que lo distingue de comunicarse, de expresarse, de vincularse con Dios y con el prójimo.
Aquí el demonio mudo -o expresado de otra manera, la mudez/sordera- representa la incapacidad de escuchar la Palabra de Dios, y por ello la prisión de quedarse en vanas inmanencias sin trascender. Así entonces, una señal exacta del Reino y de la presencia del Mesías será que los mudos hablan y los sordos oyen.
Volvamos a esa multitud que no es para nada unívoca. Las gentes se admiran, pues ese hombre cercado por la enfermedad física y a la vez espiritual, es nuevamente un hombre pleno, y prueba de ello es que comienza a hablar, quizás con el mismo énfasis que un niño que descubre el mundo de las palabras.
Pero dentro de ese mar de personas apiñadas hay voces disonantes, que no son identificadas por el Evangelista como en otras ocasiones -escribas, fariseos, sacerdotes-. Quizás para destacar ese demonio que no sólo se esconde en ese enfermo puntual, sino que se ha afincado en varios corazones, y quizás también para que sepamos descubrirnos allí.
Algunos elevan sus críticas afirmando que todo el bien que Jesús brinda es producto de un tenebroso vínculo con el Maligno. Ellos, tal vez, expresan la cerrazón de viejas ideas que anteponen reglamentos al rostro bondadoso de un Dios que es Padre, la incapacidad de reconocer el bien, lo bueno. Ante esa evidencia incuestionable, que es la sanación del hombre, vacíos de argumentos buscan el desprestigio y la difamación del Maestro.
Otros requieren un signo celestial, poniendo en evidencia que su exigencia pasa por intereses personales que nada tienen que ver con la Buena Noticia, intereses sectarios, quizás políticos, quizás nacionalistas al modo de un Mesías victorioso y revestido de poder, que no se condice con el Cristo servidor.
Quiera Dios que nosotros también, con la ayuda de Dios, recuperemos la capacidad de escuchar, de escuchar al hermano, y especialmente al hermano más pobre, al olvidado, al que nadie escucha.
Porque no es cosa de cortarse solo, de individualidades. Se cosecha con Cristo, se sana con Cristo, se libera con Cristo.
Paz y Bien
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