Tras los pasos de Cristo




San Cayetano, presbítero

Para el día de hoy (07/08/15):  

Evangelio según San Mateo 16, 24-28




La afirmación de Jesús de Nazareth tiene un imperativo raigal que abarca no sólo a los Doce, sino a todos aquellos que se identifiquen o consideren sus discípulos a través de los tiempos -todos nosotros allí también-, pues la Palabra es Palabra de Vida y Palabra Viva. Dios habla hoy.

Ser discípulo cambia de raíz la totalidad de la existencia: es una decisión radical, absoluta, respecto de la propia vida. Implica ante todo reconocer que seguimos a Cristo, pues Él encabeza el peregrinar de la Buena Noticia hacia el Reino. De Él son todas las primacías, tras Él vamos y en Él nos espejamos.

Ser discípulo está muy lejos de adherir a un sistema de ideas o la pertenencia religiosa. Ser discípulo -ser cristiano- es vivir como vivía el Maestro, amar como Él amaba, rebelarse afablemente contra toda tentación bipolar de éxitos/fracasos, falacia instalada de manera apabullante, no resignarse jamás ante la injusticia ni ante la muerte y más aún, volverse un marginal.

En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth la cruz era el suplicio predilecto de los romanos dedicado especialmente a los criminales más abyectos, marginales, réprobos y despreciables. Y al condenado, se le hacía cargar la cruz por ante las gentes hasta el sitio de ejecución como ejemplo aleccionador -si te portas mal, éste es tu destino-, pero también como vereda de vituperio masivo, de desprecio activo, de miradas esquivas centradas en la propia persona.
Es decir, cargar la cruz no es ponerse un crucifijo como muestra devocional -que es importante-, sino más bien volverse un condenado a muerte de manera injusta por ser fiel a Dios y por ser servidor incondicional de los hermanos. 

Ser discípulo es ganar la vida al ofrendarla por los demás. Es, decisivamente, una cuestión de amor y por ello, una cuestión santa, de Dios.

Seguimos a Cristo, con la cruz al hombro, porque Él vá primero, porque el Reino está al alcance de todos los corazones, porque Dios sique amando hasta el extremo, sin dobleces ni medias tintas.

Paz y Bien



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