San José Obrero
Para el día de hoy (01/05/15):
Evangelio según San Mateo 13, 54-58
El hombre era humilde, pobre y pequeño a ojos mundanos. Un artesano sin relevancia de aldea ignota, judío hasta los huesos pero portador de la sospecha habitual por su origen, la Galilea de los márgenes, de donde nada bueno se espera.
Pero entre sus manos callosas -las mejores manos, las del trabajo- florecía la justicia que anidaba en su corazón. Y el Dios del Universo puso su mirada bondadosa en Él.
Los Evangelios lo revisten de silencios. No se hace memoria de palabra suya alguna. Pero hay silencios que son más que elocuentes, que son prolíficos, que tanto nos dicen.
Nos dicen del valor único e irremplazable de los hombres honestos, de esos que felizmente se desviven en luchas inverosímiles por el bien de los suyos, por su sustento sin involucrarse jamás en ninguna corruptela, héroes anónimos de la dignidad y del esfuerzo cotidiano.
Esos que tantas veces tienen que dejar patria y cultura, y migrar a tierras foráneas -con lenguas distintas-, peones golondrinas en changas eventuales de lo que sea, para que no falte el pan en la mesa.
José de Nazareth, roble fragante y firme de sombra bienhechora, en donde la vida se cobija, se resguarda, se protege, se cuida como sólo los que están profundamente enamorados pueden hacerlo.
José de Nazareth, siempre atento y obediente a la voz de Dios.
José de Nazareth, que nunca baja los brazos ni se resigna.
José de Nazareth, de esos hombres que, aunque confusos, jamás dejan de soñar.
José de Nazareth, santo obrero de Dios protector de la vida que se la confiado, y que cuando llega el momento, se retira sin estridencias y con una sencillez que nos desarma, la plenitud de haber hecho y cumplido su deber.
Imma María.
Abba José.
La Salvación viene empujando desde los pequeños, desde esa muchachita que era tu amadísima esposa y desde vos mismo, carpintero nazareno.
Con la cercanía de la Gracia, en el tiempo de todos los asombros, tu Dios de amor te llamaba papá y a tu Dios lo llamabas hijito.
Seguramente el Maestro aprendió con ojos grandes muchas cosas viéndote tallar la madera, en ese hogar humilde del manso servicio, de la vida ofrecida.
Hermano José, padre José, San José, que el trabajo vuelva a ser el camino del sustento y de una dignidad que se edifica desde el esfuerzo diario.
José, acompañanos en estos oficios de cuidar la vida, de servicio incondicional, la serena alegría del deber cumplido.
Que así sea.
Paz y Bien
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