Para el día de hoy (27/05/15):
Evangelio según San Marcos 10, 32-45
Este texto que hoy nos ofrece la liturgia tiene un distingo muy particular, y es que entre los cuatro Evangelios, es el único en donde clara y abiertamente se presenta la misión de Jesús de Nazareth como un rescate.
Cuando mencionamos o utilizamos el término, rescate nos remite -en este siglo XXI- a lo que debe pagarse o darse en pago por la liberación de un cautivo, por lo general la conclusión de un secuestro extorsivo que se realiza precisamente con ese fin, el de obtener un beneficio monetario. También, a una distancia ética extensa, puede nombrarse al precio a pagar para recuperar un objeto valioso o querido que permanece enajenado en una casa de empeños.
Más allá de todo ello y en un sentido primordial, rescate es algo valioso ofrecido para recuperar lo que se encuentra perdido o cautivo, y muy cercano a los afectos.
Sin embargo, a través de la historia y aunque se hayan tenido que pagar diversos tipos de rescates, la humanidad sabe y conoce que hay un rescate imposible de pagar, y es el rescate del abrazo cerrado y aplastante de la muerte.
Frente a ello, no hay valor suficiente que cubra el pago.
Frente a ello, es el propio Dios que anuncia que los imposibles sólo requieren un poco más de esfuerzo, y mucha confianza y esperanza. Lo que parecía imposible de franquear, se abre desde una nueva perspectiva.
Dios mismo se pone como rescate.
Es su Hijo Jesucristo quien pagará con su vida, voluntaria y libremente ofrecida, el valor del rescate de toda la humanidad cautiva, de buenos y malos, justos y pecadores, rescate de la muerte al precio infinito de su sangre derramada.
Los discípulos no entienden. Siguen encerrados en lógicas mundanas de poder y de dominio, de glorias vanas, en donde no hay lugar para derrotas y debilidad, y en donde por ello siempre campea la opresión y el subyugar a los pueblos, pues todo ello es la contracara de un mismo pensamiento que, a menudo, se asoma como distinto.
El pedido de los hijos de Zebedeo se ubica en esa ratio; aún así, no saben lo que piden, pues el Hijo del Hombre es servidor de todos, Aquél que se ubica amorosamente último en diáfana solidaridad para que, a su vez, los que están en los fondos totales den un paso adelante hacia la vida plena.
Hay una escena allí que debe imaginarse desde esas mismas cuestiones: la indignación de los otros discípulos quizás -solo quizás- no responda tanto a la naturaleza del pedido de Juan y Santiago... sino a que ellos dos se adelantaron a sus propias y peculiares ansias e intereses, pues pensaban igual que aquellos.
En un mundo en el que parece que todo puede comprarse o venderse, pues establece su cruel tasación de existencias y almas, el testimonio de la ofrenda generosa de Cristo y de aquellos que con fidelidad lo siguen, es la mejor ofrenda, Evangelios vivientes, que podemos realizar.
Paz y Bien
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