San José, esposo de la virgen María - Solemnidad
Para el día de hoy (19/03/15)
Evangelio según San Mateo 1, 16. 18-21. 24a
Hay silencios que son terribles, agobiantes. Son los silencios que se imponen para que la verdad no se escuche, para acallar el clamor de los pobres, para suprimir la profecía y, por ello, a los profetas. Son los silencios crueles, enfermos, brutales, que es menester desterrar para que todas las voces tengan lugar.
Pero hay otros silencios que son necesarios, imprescindibles, frondosos. Son los silencios elegidos para poder oír y escuchar la voz de Dios y la voz del otro. Son los silencios que buscan aquellos que renuncian a las palabras pues toda su vida es Palabra.
Las Escrituras no nos transmiten ni una sola palabra pronunciada por José de Nazareth, humilde tekton galileo. Esto no es fortuito, casual: es total y felizmente deliberado.
El silencio de José de Nazareth es frutal y santo, y en cierto modo es una sinfonía imposible de pasar por alto.
Es el silencio de los que cumplen con toda justicia y en plena humildad con la existencia que se les ha concedido, y que una vez realizada esa misión se retiran con sencillez y sin ninguna estridencia pues han cumplido con su deber, ni más ni menos.
Es el silencio profundo de los que viven para servir, pues de cualquier otro modo saben que no servirían para vivir.
José de Nazareth se siente intimidado frente a ese embarazo impensado de la mujer que ama, con la que sueña edificar una familia y compartir toda su vida: pero en sí no hay dudas acerca de María, jovencísima muchacha judía de aldea campesina. Los temores e incertidumbres son acerca de sí mismo. Él se intuye fuera de lugar, inversamente proporcional y mínimo frente al insondable misterio de ese Dios que transforma el cuerpo y la vida de su esposa, y así desbordado supone que lo mejor es partir. Siempre en silencio, sin hacer daño.
En un plano psicológico, los sueños son el ámbito en donde las cuestiones más gravosas para la razón, difíciles de manejar en la vigilia, se resuelven.
En el plano teológico -espiritual- los sueños son el ámbito simbólico para las revelaciones de Dios al hombre.
Y allí, precisamente, José de Nazareth encuentra la respuesta a la angustia que lo aqueja.
Nunca hay que dejar de soñar. Nunca hay que resignar los sueños.
Así el carpintero asumirá, en su enorme integridad y en total libertad, el compromiso con la mujer que ama y con ese hijo misterioso que será suyo también. Porque José de Nazareth será padre legal de Jesús, impidiendo que el Mesías sea un descastado bastardo sin raíces.
Pero en la plenitud de sus afectos, José cumplirá con el mandato de proveerle a ese niño un nombre.
Cada nombre define el carácter y bosqueja el destino de las personas. Y José nombra a su hijo con el mejor de los nombres, Jesús -Yehoshua- Dios Salva.
Esa disponibilidad de José, ese servicio incondicional desde la honestidad, la justicia y el trabajo es el servicio de aquellos que protegen la vida, árboles santos de frutos siempre buenos, que son cobijo y son refugio sagrado. A ese carpintero, su Dios lo llamará Abbá y él a su Dios lo llamará hijito, signo cierto de una trinidad que se nos adormece niña en nuestros brazos.
Paz y Bien
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