Para el día de hoy (09/03/15)
Evangelio según San Lucas 4, 24-30
Hay una cierta costumbre de aceptación de refranes tal como se pronuncian, sin reflexión ni análisis, y ello induce a error. Entre estos casos, el más destacable es aquél que cita nadie es profeta en su tierra. Así entonces, y casi sin darse cuenta, se dá por cierto que todo profeta tiene, inevitablemente, vocación de destierro pues, de quedarse en su patria chica, dejará de ser profeta, de ser eficaz en su misión. O llevado a su extremo, que cada tierra no genera profetas propios.
Jesús de Nazareth no dijo nada de eso. El Maestro afirmaba algo mucho más grave, y que es que el Espíritu de Dios suscita siempre profetas, pero que a su vez no son escuchados ni reconocidos como tales por los suyos, abriendo la puerta a la defenestración, al desprecio, a la violencia.
Un profeta nunca es cómodo. Un profeta jamás morigerará la fuerza de su mensaje con tal de quedar bien. Un profeta es agradable cuando anuncia esperanzas, pero torna bravo y peligroso cuando denuncia tropelías, y cuestiones que son ajenas al plan de Dios, a la vida misma.
Esos vecinos nazarenos eran la muestra cabal de lo expresado. A Jesús lo habían visto crecer, jugar con sus hijos, trabajar con su padre, ganarse el pan como jornalero, conocen a su madre y a sus parientes. Hay un prejuicio intenso allí: si bien sus paisanos se asombran de los signos de sanación que ese Cristo ha realizado por todas partes, no pueden aceptar que el hijo del carpintero sea un hombre vocero de Dios, un profeta. Mucho menos, el Mesías.
Pero el Maestro no se amilana. Ningún profeta fiel se calla, y es por eso que sus palabras -claras, duras, directas- le desatan las furias. Ellos persisten en cierta tradición desviada de creerse únicos en desmedro de otros, mejores por pertenecer y no por ser, por lo que se hace, y de ese modo se rasuran las memorias. Por ello el Cristo les recuerda las acciones de dos carísimos profetas a los afectos y al corazón de Israel, Elías y Eliseo, que sólo realziarán milagros en tierras paganas, Elías en Sidón, en la casa de la viuda de Sarepta, Eliseo sanando de la lepra a Naamán, general de los ejércitos sirios.
La verdad para ellos es una ofensa intolerable. Es una práctica usualmente detectable entre los poderosos, pero no está excluída de nuestra vida diaria. Esos nazarenos tratan de despeñarlo porque primero le han matado en sus corazones, le han negado un mínimo espacio siquiera en sus existencias.
Pero el Maestro pasa asombrosamente entre esos odios, y se abrirá paso por entre los velos aparentemente pétreos e inconmovibles de la muerte.
Entre nosotros, en nuestra familia, en cada esquina, el Espíritu de Dios sigue suscitándonos profetas de barrio, humildes y veraces, que tan a menudo son execrados por la Iglesia.
Y es señal afable de conversión regresar a la escucha atenta del hermano que tiene cosas de Dios para decirnos.
Paz y Bien
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