Para el día de hoy (01/09/13):
Evangelio según San Lucas 14, 1.7-14
(Jesús de Nazareth es un observador agudísimo, con una mirada profunda capaz de ver más allá de cualquier superficialidad y convención. Él sabe bien que lo eterno tiene su primera urdimbre en nuestra cotidianeidad, y por ello mismo es menester rectificar todo lo que se ha desviado, todo lo que impide ascender a los corazones.
Está en casa de fariseos compartiendo la mesa, y a primera vista parece una contradicción insuperable. Nada más opuesto ni enseñanzas más contrapuestas las de esos hombres severamente piadosos frente a la alegría y la bondad del Reino.
Pero a veces las contradicciones pueden esconder algo que es mucho más profundo que el mero conflicto que nos asoma como imposible de salvar: que el Maestro se siente a cenar con esos hombres y en esa mesa elitista y exclusiva es el signo cierto de que Su mesa es mesa para todos, buenos y malos, pequeños y grandes, cercanos y lejanos.
Ellos se afirmaban en desigualdades que vindicaban como naturales y de provisión divina, y por eso mismo vivían famélicos de promociones, de renombres, de reconocimientos y primeros puestos, y para ello habían establecido una miríada de normas y preceptos tendientes a establecer ese orden jerárquico, un orden que muy pocos cumplían por imposible y agobiante, y que a la vez se propusieron deificar, es decir, esa estructuración producto de sus acotadas mentes y sus duros corazones era valuada como santa. Así, todo lo que escapara a ese férreo control era anatema, blasfemia, sacrilegio.
Su mesa, tan terrenalmente finita, era para unos pocos, muy pocos, y no pasaba de ello, una mesa limitada sin destino ni trascendencia.
Por su identidad total con su Padre Abba el Maestro revela y expresa una mesa muy distinta, una mesa amplísima en donde el pan de la eternidad ya mismo se comienza a compartir.
Quizás, mucho de ello tuvieron que ver José y María de Nazareth en sus silentes gestos diarios de servicio y entrega desinteresada.
En la mesa de Jesús de Nazareth las invitaciones no las formulamos ni establecemos nosotros. Su Dios tiene abiertas preferencias, de las cuales nosotros somos simples mensajeros. Este Dios que es Padre y es Madre tiene hijas e hijos dilectos, con prerrogativas especiales, los pobres, los niños, los ancianos, los pequeños que no cuentan, aquellos a los que nadie tiene en cuenta y nadie convida.
A ellos deberíamos comenzar a ceder espacios, porque hay sitios mucho más importantes que los nuestros. Es el yo que se despoja y se hace ofrenda en el tú para que germine el nosotros. Es primero mi hermano, es ante todo mi prójimo, es que cada vez sean necesarios más platos y más sillas porque van llegando los comensales que nunca venían.
Es la misión cordial y definitiva de la Iglesia, servicio y comunión)
Paz y Bien
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