En los pequeños Dios se revela y brota la profecía

 




Para el día de hoy (29/04/21):

Evangelio según San Mateo 11, 25-30



Lo podemos advertir si nos detenemos por un momento y nos sinceramos: nos ha impuesto -y aceptamos alegremente- el cumplimiento de una miríada de rituales, normas, legislaciones, cánones y espiritualidades pro-forma. En muchos casos, claro está, no esta para nada mal; sin embargo esto suele ser causa de exclusión profusa. Cada vez son más los marcados para quedar fuera de un grupo que, aparentemente, es el más piadoso, el más cumplidor, el más puro, el más ortodoxo.


Una religiosidad sistematizada -a menudo causada por una prudencia que es hija dilecta del temor al compromiso- necesariamente conduce al fundamentalismo y al olvido del otro, negación militante del prójimo.


Frente a esta postura harto racional, de rictus severo y cerrado, brilla diáfana la locura de la Buena Noticia.

En alguna parte y en algún momento hemos perdido el rumbo: la fé cristiana debería ser, ante todo, no la adhesión a un cuerpo doctrinario que a menudo se torna ideológico, sino más bien creer en Alguien, Jesús de Nazareth, nuestro hermano y Señor. Vivir como Él vivió, pasar por la vida con sus mismos pasos, amar como Él ama, rendirle culto al Dios de la Vida en los templos latientes que son nuestros hermanos.

Mientras que nuestros magníficos templos y nuestras estructuras tengan para nosotros mayor valor que una sola vida -por pequeña que sea- estamos negando concienzudamente la fuerza revolucionaria del Evangelio.


Dios se ha dado a conocer en la historia humana, haciéndose un Niño frágil en brazos de su Madre, artesano pobre de aldea sospechosa, Dios que levanta al caído, que se inclina al enfermo y al agobiado, Dios del regreso y el reencuentro, Dios que se desvive por los pobres y excluidos, Dios que es abrazo y perdón, Dios que es fiesta y liberación.


¿Dónde lo encontraremos?

Jesús lo expresa con claridad: el rostro de Dios resplandece en los más sencillos y pequeños, en los pobres y oprimidos, y es un misterio de amor que escapa a cualquier mesura; allí lo encontraremos, lejos de cualquier simpatía, agrado o preferencia. Carga en sus hombros nuestras cruces y agobios, nuestros cansancios, nuestros sufrimientos.

Su yugo es liviano, es justicia y liberación, compasión y misericordia.


Dios se revela en los más pequeños, en ellos se expresa, allí brota la profecía y su voluntad primera: la gloria de Dios es que el pobre viva en plenitud.


Paz y Bien

1 comentarios:

Walter Fernández dijo...

Señor, que no desamparemos más aún a los olvidados. 🙏 Paz y Bien 🙏

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