Pedro, vocación desde la caridad y el servicio

 






Cátedra de San Pedro, Apóstol

Para el día de hoy (22/02/21):  

Evangelio según San Mateo 16, 13-19



Como una invitación a ir por surcos más profundos, la Palabra de Dios nos ofrece una coordenada a partir de la cual podemos indagar contextos históricos que nos amplíen el horizonte espiritual.

Cesarea de Filipo es la antigua ciudad helenística de Panias o Banias. En ella, Herodes el Grande, en su tiempo, construyó un templo en homenaje al César de Roma; previamente a ello, durante mucho tiempo alojó también el culto al dios Pan, y era un centro pagano de preregrinación y comercio de renombre. a la muerte de Herodes el Grande, éste divide su reino en tres partes -una para cada hijo- y esta ciudad era la capital de los dominios de uno de ellos, Herodes Filipo, tetrarca de Iturea y Traconítida, hermano de Herodes Antipas. Es un centro pagano que está fuera de los límites de la Tierra Prometida, y el nombre lo dice todo: se le rinde honores y culto al emperador que domina desde Roma y sostiene con sus legiones a los vasallos como Filipo y Antipas. El César está endiosado, y a la fuerza se subordina al pueblo al opresor que los subyuga. (hay otra Cesarea -Marítima-, en la costa mediterránea, que tiene un afán similar de honra al emperador).

Es decir, el Señor elige precisamente un sitio ajeno a Tierra Santa donde prevalece el imperio y se honra a otros dioses para una grandísima revelación. A veces, en nuestras pequeñas existencias, los sitios y circunstancias en donde se nos revela la presencia sagrada de Dios no están prefijados en ninguna bitácora vivencial previa. Aún así, es menester estar dispuestos a descalzar el alma, zarza ardiente de un Dios presente en el rostro del hermano.

Quizás haya a su vez una necesaria toma de distancia frente a un ambiente enrarecido que no permite mirar y ver con claridad; tal vez, un manso y libérrimo desafío que dice que la soberanía y el amor de Dios no están acotadas a determinadas fronteras.

La pregunta que el Maestro les realiza a los discípulos está ajena de inquietudes propias. Tiene la propedéutica propia de aquel que quiere guiar a los suyos hacia los campos luminosos de la verdad. Porque en la respuesta de los discípulos se esconden también sus ansias, sus preconceptos, sus errores. que es Juan redivivo, que es Elías u otro profeta de Israel. 

Nos interpela a nosotros también, aquí y ahora. Es un revolucionario. Es un Dios inaccesible escondido en los templos. Es una cómoda figura estampada en las imágenes religiosas y tantos moldes como ansias y frustraciones y necesidades seamos capaces de adjudicarle.

En nuestro propio anacronismo no nos sorprende demasiado quizás la respuesta de Simón Pedro: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo-. No es una afirmación menor ni el producto de un fervor momentáneo.

Con toda la historia de su pueblo a cuestas, Simón reconoce que Jesús de Nazareth es el Mesías que Israel espera hace siglos, el Hijo de Dios vivo, del Dios viviente.

-Mesías es la expresión aramea que en griego se pronuncia Cristo.-

Pero la contundencia raigal de esa afirmación no es el producto de un esfuerzo intelectual de Simón. es la acción del Espíritu que lo enciende de fé para reconocer al Salvador. La fé es don y misterio, y estpa en nosotros fructificar y cuidar esa llama siempre viva que Dios pone en las honduras de nuestros corazones.

Conocemos a Simón Pedro. Era bastante voluble, de emociones fuertes, de varias idas y vueltas, hasta de renegar de Cristo por miedo en las horas terribles de la Pasión. Pero ante todo, era un amigo del Maestro. Amigo primero, luego discípulo, y hay todo un plan de vida allí.

Por confesarlo sin ambages, Simón recibirá un nuevo nombre que se corresponde a su vocación definitiva: Pedro -Cefas, Petrus, Pietro- pues sobre esa roca Cristo edificará su Iglesia. Pedro tendrá el poder de atar y desatar en la tierra y en el cielo, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella.

A través de los tiempos, y hasta nuestros días, esto ha traído bravos desencuentros y críticas feroces. Para algunos, no es necesaria la sucesión de Pedro. Para otros, se busca un Pedro monárquico e imperial que sojuzgue, llave en mano, al pueblo creyente. Pero Pedro, primus inter pares, lleva esa primacía -y ese calvario- desde la caridad y el servicio, siendo amigo del Señor, sabiendo que Él es la cabeza y quien nos sostiene, y desde el amor y la humildad ha de confirmar a sus hermanos, prenda de comunión aún a riesgo de vida.

Atar a los hombres entre sí, con tanto quebranto y desunión que se impone. Desatar los nudos que oprimen y que impiden la vida en plenitud. Sostener a los caídos. Renovar la esperanza.

En cierto modo, la vocación petrina nos involucra también a cada uno de los creyentes en esa búsqueda y esa ofrenda de paz y justicia.

Desde estas tierras del fin del mundo, oramos confiados por nuestro Pedro, tan vapuleado y sin embargo tan amigo de Cristo y servidor de su pueblo. 

Dios guarde a su Santidad Francisco.


Paz y Bien



1 comentarios:

Walter Fernández dijo...

Señor, protege a Francisco, y que sepamos a su ejemplo que el Poder está en el servicio 🙏 Paz y Bien 🙏 Bendecida Semana 🙏

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