Juan ha crecido con el corazón dispuesto, la esperanza encendida y la mirada atenta. Es el mayor entre los nacidos de mujer -así lo llamaría Jesús- porque no ha vivido para sí, toda su existencia gravita alrededor de su Dios y de la confianza en que jamás Él rompería su alianza definitiva con su pueblo.
Por su esperanza inquebrantable, puede descubrir entre la multitud a Aquél que sabría que vendría pero que aún no conoce, y no vacila en señalarlo, seguro en su afirmación: ese galileo es el Cordero de Dios.
No es un título menor o un rótulo romántico: para el pueblo de Israel significaba el memorial de la liberación de la muerte, y la celebración y fiesta perpetua de la liberación ese cordero puro y sin mancha. La idea del cordero estaba íntimamente unida a vida y libertad.
Los dos discípulos de Juan no dudan un instante, y luego de la afirmación certera del Bautista siguen a Jesús.
Es que Juan ha allanado la huella, pero Jesús de Nazareth mismo es camino, y en estos senderos de Dios no hay estancamientos. Vamos viviendo si andamos, un movimiento que vá mucho más allá de lo físico.
Esos dos discípulos no tienen un nombre específico, al contrario de las vocaciones de Andrés y Simón, de Juan y Santiago; esos dos discípulos que se ponen en marcha tampoco son anónimos, somos todos y cada uno de nosotros, hay un espacio claro para ubicar nuestros nombres.
Ellos no dudan, ellos lo siguen, y Jesús les inquiere -¿qué quieren?-. Ellos no tienen demasiadas pretensiones, ya han encontrado lo que buscaban, o mejor aún, a quien buscaban. Por ello responden con una pregunta, queriendo saber el domicilio de Jesús.
Es que lo han reconocido como Maestro -rabbí-, y quieren saber acerca de su lugar, el sitio en donde recibirán su instrucción y enseñanzas.
Pero este rabbí es algo extraño e inesperado: no tiene una cátedra establecida, ni transfiere magistralmente doctrina y dogma. Lo que hay que aprender se aprehende viviendo con Él, caminando con Él, con ojos vivos capaces de asombro.
En ese Cordero de Dios señalado con mano segura por Juan están nuestra misión y nuestra identidad primeras, junto al Cordero de la mansedumbre y la bondad, de lo que no se impone, el Cordero que rechaza cualquier violencia, el Cordero de la humildad, la pequeñez y la paciencia santas.
Estos colores son tan definitivos que nada será igual. Por ello Simón será conocido en adelante como Cefas o Pedro, pues el nombre refleja esencia y existencia, y él será ancla para sus hermanos navegantes de estos mares mundanos, pescadores que mantienen con vida a tantos pequeños peces, amigos inseparables de ese Cordero que no transigen con cualquier brutalidad, que se vuelven caminantes mansos y mensajeros perpetuos de liberación y paz.
Paz y Bien
1 comentarios:
Señor, llámanos por nuestro Nombre! Paz y Bien! Buen Domingo 🙏
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