El espacio en nuestros corazones para Dios y para el prójimo























Para el día de hoy (05/08/20):  

Evangelio según San Mateo 15, 21-28








En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth y debido a la rigidez de normas y costumbres, era impensado que una mujer se dirigiera abiertamente y sin prurito a un rabbí, y que éste le prestara atención; mejor dicho, era prácticamente imposible. Asimismo, menos aún en el caso de una mujer extranjera, toda vez que los severos criterios de pureza/impureza separaban a todo gentil de los hijos de Israel.

Quizás allí se encuentre el silencio inicial del Maestro frente a la irrupción de la mujer cananea, y luego la durísima respuesta que le brinda: no se brinda el pan de los hijos a los cachorros. Lisa y llanamente, al extranjero se lo consideraba un perro, es decir, un indigno de recibir la bendición de Dios.

Puede resultarnos controversial encontrar un tenor tan severo en las actitudes y palabras de Jesús. Sin embargo, su rostro divino -pleno de misericordia- resplandece a continuación. El ser permeable al dolor de los demás, provenga de quien provenga, el derribar prejuicios de raza, religión, género, nacionalidad o sociales exige un corazón muy grande y una mente amplísima que se arriesgue a ampliar el horizonte sin condiciones.
El Cristo que se deja convencer frente a la insistente súplica valiente y confiada de esa mujer nos dice a todos nosotros muchísimo en cuanto a la misión de la Iglesia y a los esquemas tras los cuales nos escudamos para impedir cercanías.

Volver a preguntarnos por los filtros, por los criterios de pertenencia o ajenidad que discriminan entre propios y ajenos, buenos y malos, puros e impuros. Al fin y al cabo, todos en mayor o menor medida somos forasteros en los patios de Dios, todos somos extraños merced a nuestras miserias, todos somos -por nuestra propia responsabilidad- enteramente dependientes de la misericordia de Dios, que siempre nos escucha.

Los protocolos son importantes, pues implican una carga simbólica y respetuosa que trasciende los meros gestos. Pero los protocolos a observar no residen tanto en la forma como tal vez en su raíz cordial, en el espacio que haya en nuestros corazones para Dios y para el prójimo.

Paz y Bien

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