Desatar los nudos que el odio impone y que el rencor en su fiereza asfixia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Para el día de hoy (12/08/20):  

Evangelio según San Mateo 18, 15-20

 

 

 

La Iglesia, la comunidad cristiana, comunidad creyente, tiene un distingo que la hace única: es la que se reune en nombre de Jesús, pues sabe que en ese ámbito amplio el Señor se hace presente.
De allí que el Evangelio que anunciamos y el pan que compartimos es mucho más que la propalación de una doctrina y el cumplimiento de un rito prefijado: vivimos, aprendemos, y agradecemos por Él, con Él, en Él, Cristo vivo y presente en medio de los suyos.
Esa presencia supera infinitamente cualquier especulación matemática -somos tantos o cuantos cristianos, católicos, tantos millones, tantas personas-, pues la comunidad creyente es mucho más que la suma de sus miembros, es ámbito familiar de justicia y libertad que se fecunda por la presencia de Aquél que la sostiene y protege de las puertas del infierno.

Dentro de ese espacio familiar, cuyos vínculos son mucho más profundos que los otorgados por la biología, se distingue especialmente el perdón y la reconciliación. El perdón que corrige servicialmente los pasos desviados y los desencuentros, porque todos, sin excepción, somos esclavos de nuestras miserias, de nuestros pecados, y sólo por Cristo somos libres. Por el perdón de Dios conferido a puro amor e incondicionalidad se renuevan las esperanzas, se despeja la muerte, renacen las posibilidades de una vida cada vez más plena.

Entonces, reconocidos así como pecadores sanados, prisioneros liberados, desde esa presencia santa de Cristo en medio de su Iglesia nos comprometemos al perdón que restaura y levanta, y que sin aspavientos pero con la fuerza de la verdad ejercemos en nombre de Él.

Lo que importa es que aún cuando un hermano se separe y rompa lazos de manera en apariencia definitiva, todos seguimos siendo hijas e hijos amados del Dios de la Vida. Eso, precisamente, moldea nuestros destinos hacia la plenitud.

Desatar los nudos que el odio impone y que el rencor en su fiereza asfixia.
Atar nuevamente, con nuevos enlaces, las existencias de los hermanos que por diversos motivos se han distanciado y separado.
En su Nombre, que está ahora, aquí mismo mientras estas pobres letras se van.

Paz y Bien

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