Dios de los pequeños









Para el día de hoy (29/11/16):  

Evangelio según San Lucas 10, 21-24



Los setenta y dos discípulos regresaban de cumplir con la misión que Jesús de Nazareth les había encomendado: habían recorrido pueblos y ciudades galilea, con los mandatos del Reino, y el mal había ido en retroceso. Expulsaron demonios, liberando mentes de toda alienación, y sanaron enfermos, agobiados por múltiples dolencias y por criterios culposos.
Estaban felices y satisfechos de todo lo que habían hecho, pero también sobrevolaban los peligros de la euforia, los tóxicos parámetros de éxito y fracaso.

El Maestro se estremece de gozo, de profunda alegría, y el Espíritu Santo que lo moviliza es la señal cierta de que aquello que dirá es expresión misma de Dios.
Él se alegra con los suyos porque el Reino se hace presente, especialmente entre las gentes más sencillas y los humildes. Él alaba a su Padre porque se revela en los pequeños.

Es menester detenernos por un momento. La mención a los pequeños no refiere tanto a los niños, ni es una contraposición entre adultos y pequeños: la distinción correcta es entre sabios y pequeños.
Pequeños son los que no cuentan, los que siempre son dejados al margen de todo, los que no tienen relevancia, los que apenas son una variable más en siniestros escritorios, los que posiblemente tengan una formación religiosa deficiente o incompleta, los que a menudo tienen un léxico acotado pero que confían y esperan, porque saben que en Dios siempre hay respuestas, que Dios es un Padre que nunca falla ni los abandona, los que en todo dependen de los demás, los que se reconocen mínimos, frágiles, pobres en espíritu y en medios pero que a pesar de todo no se resignan.

Seguramente Cristo se estremece porque Él mismo los conoce y se reconoce allí, Dios que se abaja, Dios que se anonada humildemente en el seno de una muchachita judía de una aldea ignota, un Dios que se hace un bebé santo, un Dios tan parecido a cada uno de nosotros y que por ello mismo es tan inconveniente, interpelante, maravilloso.

Abbá Padre de Jesús y de todos es un Dios amorosamente parcial, que inclina su rostro y su corazón hacia los pequeños, los que no cuentan para el mundo pero que son su tesoro y el motivo de su ternura.

Que este Adviento nos renueve en pequeñez y en humildad, como el Niño que nos llega, felices por la fé que se nos ha dado, felices por creer, felices por esperar.

Paz y Bien

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