Para el día de hoy (16/11/16):
Evangelio según San Lucas 19, 11, 28
Una clave de lectura: Jesús de Nazareth está cerca de Jerusalem. Esa cercanía -nosotros ahora lo sabemos- implican los terribles días de la Pasión pero también la consumación de su existencia, en fidelidad y amor absolutos al Padre.
En cambio, para varios de sus discípulos y muchos de sus seguidores, la cercanía a la Ciudad Santa preanuncia la toma del poder y la restitución por la fuerza de la antigua gloria, la restauración de la corona real de Israel.
Por ello el tenor de la enseñanza que nos refleja el Evangelio para este día, y el estilo literario se corresponde más con una alegoría que con una parábola.
El Reino de su Padre no es de este mundo, no se condice con los parámetros de dominio y poder usuales.
Suplicamos que el Reino venga y el Reino sea, que en la plenitud de los tiempos sea definitivo.
Pero hay un mientras tanto, un tiempo de espera atenta y por eso mismo de esperanza, una esperanza que desoye todo llamado a la pasividad, a la conformidad, al retraimiento mórbido so pretexto de no correr riesgos. Justamente, no correr riesgos, hijos, hermanos y amigos del Buen Pastor que dá la vida por las ovejas, y que no duda en arriesgar la seguridad de las noventa y nueve por rescatar a la que se ha extraviado.
No entraremos aquí en el tortuoso andurrial de cierta espiritualidad que justifique desigualdades. A todos -sin excepción- se nos han concedido dones, potencias, posibilidades. Todos somos pequeños terrenos, tierra que anda bendita por Dios, que a pura confianza pone en nuestras manos aquello que le es propio. El hombre, merced a esa confianza y ese amor entrañable, es co-creador con el Dios de la vida.
Cuando llegue el tiempo del regreso del Señor, tiempo del comienzo definitivo que exige estar atentos, será tiempo de rendir cuentas.
Allí la creatividad marcará la diferencia, qué hemos compartido, qué hemos reservado, en qué cosas hemos florecido y brindado frutos buenos.
La creatividad no es cosa de arrebatos o torpezas instantáneas, sino como todo lo bueno, ha de tener su tiempo de maduración, su proceso, su crecimiento, más su ausencia nos desmerece.
Cabe preguntarse si el miedo o el temor paralizan y nos vuelven tan estériles e indiferentes como nos pasa con el pecado.
En esos andares, es menester no perder nunca las raíces -de donde provenimos- y seguir andando junto a Aquél que es camino, verdad y vida. Memoria e inteligencia, tenacidad y esperanza, sal y luz.
Paz y Bien
1 comentarios:
Gracias, por esta reflexión , es una invitación a revisarme, en mi vida, gracias,seguir andando junto a Aquél que es camino, verdad y vida. un abrazo fraterno.
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