Para el día de hoy (31/10/16):
Evangelio según San Lucas 14, 1. 12-14
El Maestro está comiendo en casa de un importante fariseo. Seguramente ha sido invitado por el interés que suscita en el pueblo; las convenciones usuales de engalanar los propios banquetes invitando a un rabbí notable es dable suponer que no apliquen aquí, pero sí el afán de observarlo más de cerca, una suerte de espionaje comedido y de maneras civilizadas cuyo fin es el encontrar actitudes y gestos que lo condenen. De ese modo, la atención que los comensales ponen en Él no responde tanto a un interés genuino sino a las especulaciones usuales en ese ambiente religiosamente asfixiante.
Como sea, esa mesa farisea es una mesa en la que se trasluce un interés: en principio, sólo participan los varones fariseos, es decir, es una acotada mesa de pares, y excepcionalmente se convida al rabbí galileo. A no dudarlo: en esa mesa se han cumplido con exacta puntillosidad con las abluciones rituales, con las prescripciones dietéticas y se elevaron plegarias al Dios de Israel.
Aún así, sigue siendo una mesa de iguales o similares, en donde no hay lugar para los distintos, para las mujeres, para los que no cuentan.
El Maestro nos invita e impulsa a realizar una ruptura, una ruptura que no tiene nada de provocación vana, ni de conflicto estéril.
La ruptura requerida es la transgredir las escasas fronteras que separan, los limitados círculos en los que, razonablemente, solemos acomodarnos.
Santa ilógica del Reino que vá contracorriente del mundo. Es cosa de animarse, de agrandar la mesa, de invitar a los que nadie invita. Más aún, de convidar a los que nadie, en su sano juicio, invitaría, hijos olvidados por todos menos por Abbá.
Esa ruptura implica felicidad, porque nos internamos con libertad y luz en la tierra prometida de la Gracia, de la gratuidad, del desinterés, sin buscar beneficios individuales sino el afán del nosotros, de la fraternidad, del Cristo que se hace presente cuando dos o más se reunen en su Nombre.
Paz y Bien
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