Para el día de hoy (13/10/16):
Evangelio según San Lucas 11, 47-54
Las invectivas del Maestro eran durísimas. Probablemente, esos hombres -tan formados, tan estudiosos, tan profesionalmente religiosos- no acusaran recibo del núcleo de la acusación, tan cerrados que eran; sólo se ofendían porque Él era un rabbí pobre, galileo, periférico. No contaba que les dijera la verdad con claridad meridiana y de antemano lo tenían encasillado como réprobo y despreciable.
Ellos edificaban magníficos catafalcos y monumentos funerarios para honrar a los profetas asesinados del pasado, pero no escuchaban a los profetas del presente. Así, tal vez sin darse cuenta, se volvían cómplices de la supresión violenta de esos profetas, aplastados precisamente por no callarse la verdad que como un fuego les quemaba por dentro.
El drama tan actual de aparentar escuchas pero sólo se oye la propia voz, la única que satisface unos egos enfermos, y se desprecian aquellas voces que no se acomodan, que santamente molestan, que se vuelven luz y profecía aún desde la humildad, la pobreza y la pequeñez.
Pero esos hombres también se habían apropiado de la llave de la ciencia: ello implica que acotaban, según su estrechos criterios, el ámbito de la fé y el acceso a lo divino. Un terrible filtro ideológico que discrimina entre buenos aparentes y muchos -muchísimos- malos y réprobos.
Mucha erudición, por supuesto, pero escasa sabiduría. Muchas fórmulas acumuladas a repetición, pero muy poca oración. Muchos reglamentos pero nada de corazón. Pura parafernalia religiosa sin bondad ni compasión.
Una Iglesia de puertas y ventanas tapiadas no es cuerpo místico de Cristo, sino apenas un club de adherentes, una ONG revestida de motivaciones piadosas. Una Iglesia de puertas cerradas no es fiel al corazón sagrado del Maestro, y se vuelve torpemente farisea pero nunca samaritana.
Cristo siempre es la puerta, y en las ventanas nos aguarda la Madre para avalarnos los andares de discípulos, hermanos y amigos.
Paz y Bien
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