Para el día de hoy (09/09/16):
Evangelio según San Lucas 6, 37-42
La lectura que nos ofrece la liturgia del día nos impulsa, sin demoras, a cambiar la mirada. La mirada y el corazón.
Los ojos son, claro está, los balcones del alma. Pero también son las ventanas a través de los cuales nos asomamos al mundo. De que esos balcones esté francamente despejados, o bien posean obstáculos y opacidades, dependerá el modo en que percibimos al mundo y al prójimo, y por lo tanto, establecen también la propia medida, la estatura que nos adjudicamos.
Por eso es tan crucial desandar todo ánimo de juzgar al hermano. Ello no implica renegar de toda capacidad crítica, desairar las ganas de justicia y verdad: se trata del juicio inmisericorde que tiene mucho de condescendencia, de afán de superioridad, la intención -no tal oculta o tácita- de dominio, la búsqueda de la brizna en la otra retina olvidando la viga que nubla la propia.
Es menester, es imperioso tener la mirada de Cristo.
Tener una mirada clara, esperanzada, que se afirme en la bondad, una mirada profunda capaz de entrever la persistencia de lo bueno aún en los momentos más duros, más oscuros, más tenebrosos.
Una mirada transparente que nada oculta, una mirada que permita a los demás asomarse a las profundidades del corazón. Una mirada misericordiosa dispuesta al perdón, a la reconciliación pero también a la justicia, al compromiso con los desvalidos, al rescate de los olvidados.
Una mirada que busque afanosamente los brotes del Reino por todas partes, y que ansía el nosotros antes que el yo.
Paz y Bien
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