Para el día de hoy (26/09/16):
Evangelio según San Lucas 9, 46-50
La escena que nos presenta el Evangelio para este día se repite en varias diferentes ocasiones: los discípulos solían embarcarse en discusiones y dialécticas que determinaran preeminencias, jerarquías de dominio y poder, ambiciones que son harto razonables en los parámetros mundanos pero que nada tienen que ver con la Buena Noticia. Ellos seguían sin entender, y es indicio de la persistencia de viejos esquemas y de que aún no han realizado su Pascua; en esas actitudes se puede entrever su deserción frente a la cruz, porque acompañaban a Jesús de Nazareth por los caminos de su ministerio pero en verdad no estaban con Él.
Tenían pendiente, al igual que todos, una profunda conversión.
En aquellos tiempos tanto por criterios religiosos como culturales, un niño era considerado un hombre incompleto, cuyos derechos -relativos- radicaban en los de sus padres. Varios escalones por debajo de un ser humano pleno, dependía en todo de los demás, y tal vez por ese mismo criterio a un niño no se le tiene en cuenta, se le deja de lado y se le aparta de toda cuestión importante como quien espanta a una molestia.
Por ello mismo, el Maestro quiere devolverle a los suyos el centro, el foco que han perdido. La infancia y la ternura son, claro está, valores a proteger y a tener siempre presentes: más en este caso, Cristo se refiere al niño en cuanto al débil, al que en todo depende de otros, al indefenso, al que no cuenta para nadie.
Se trata entonces de poner a los niños y a los que son como ellos como centro de los afanes de los discípulos, la Iglesia, y su valor se acuna en las honduras del corazón sagrado de Dios. Una Iglesia que no rutila por el valor relativo de sus integrantes sino por el servicio humilde que brinda a todos los descartados por el mundo, una Iglesia que no se encierra en sus reglamentos ni bloquea las puertas a los que no aducen pertenencias, sino que sale con empeño al encuentro de los necesitados, una Iglesia felizmente desertora de ventajas y poderes que en el nombre de Cristo y por Él sirve y consuela en silencio, con la tenacidad del amor, una Iglesia rica en misericordia como el Padre.
Iglesia discípula porque escucha con atención la Palabra y la pone en práctica, Iglesia pobre con el corazón en Cristo y en los hermanos más pequeños, Iglesia servidora del Evangelio pero nunca su propietaria, y que sabe reconocer y agradecer cuando destellan los valores de la Buena Noticia en los hermanos de otras confesiones, frutos santos del amor de Dios.
Paz y Bien
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