Nuestra Señora de los Dolores
Para el día de hoy (15/09/16):
Evangelio según San Juan 19, 25-27
Al pié de la cruz estaba la Madre, viendo como el Hijo se moría ante sus ojos, muriendo en soledad, abandonado por sus amigos, como un criminal despreciable, como un reo abyecto, como ejemplo cruel para amedrentar con ese terror a cualquier otro que quisiera seguir sus pasos.
Mucho más que antinatural, ninguna madre debería enterrar a un hijo. Menos de esa forma, menos bebiendo la hiel de la impotencia y el desprecio.
Allí estaba su hijo en ciernes, en los caminos montañosos, en el encuentro con Isabel.
Allí estaba el bebé asombroso, el mismo que debió proteger por las arenas del desierto, huyendo del prepotente Herodes que le consideraba un enemigo peligroso.
Allí estaba el muchacho que asombraba a los doctores del Templo.
Allí estaba el joven rabbí que hablaba con autoridad, el Hijo que era también su Maestro, al que tantos consideraban un trastornado. El que se juntaba con los descastados, con los impresentables, con los que nadie sentaría a su mesa, el que hablaba de un Dios Abbá, del Reino y de la gracia que a ella misma había transformado.
Allí estaba el vino de Caná, el día caluroso y polvoriento de la visita del ángel, las miradas silenciosas que se decían todo pues se comprendían desde el amor, la bondad frondosa de José, allí estaban los ciegos que veían, los lisiados que caminaban, los sordos que oían, los cautivos libres. Todo eso estaba allí, en el Hijo que agonizaba y en las honduras de su corazón enorme.
Esa mujer no tiene casa. De niña, vivía con sus padres. Ya joven y casada, su casa era la de José de Nazareth. Tras la partida del Hijo, su hogar estará allí en donde los hijos la reciban, por ternura cotidiana, por cordial respuesta al pedido de Cristo, a su donación definitiva.
Dinos, Madre, cómo hacemos para seguir en pié. Cómo seguir fieles a pesar de dolor. Cómo mantener encendido el rescoldo de la esperanza a pesar de que la muerte parezca invadirnos.
Dinos Madre cómo seguir confiando, con todo y a pesar de todo y de todos, y que la ofrenda inmensa de tu Hijo traiga vida nueva a este mundo que parece florearse en la miseria y el dolor. Que su corazón traspasado vivifique a los hombres.
Y que en tus dolores, entre tus manos orantes, se mantengan encendidos los fuegos santos de nuestros corazones.
Paz y Bien
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