Para el día de hoy (03/06/14)
Evangelio según San Juan 17, 1-11a
Evangelio según San Juan 17, 1-11a
La liturgia nos regala hoy la llamada oración sacerdotal de Jesús. El Maestro, a las puertas de su Pasión, es un hombre a punto de morir que suplica por los suyos, porque prevalezca en Él y en los que son de Él -los Once, todos nosotros- la gloria de Dios.
Contrariamente a lo que se supone, la gloria de Dios no implica una alteridad tal que se pueda inferir al resplandor de un cielo inaccesible para nuestra limitadísima humanidad. Más bien la plegaria de Jesús tiene que ver con la acción bondadosa de Dios en la historia de la humanidad, ese Dios desconocido que se revela y manifiesta en Jesús de Nazareth, en todas sus enseñanzas, en sus gestos, en sus acciones y, por sobre todo, en su modo de amar hasta las últimas consecuencias. Paradójicamente, esa glorificación está asociada a la muerte en tanto que ofrenda libre de su propia vida, amor supremo.
La gloria de Dios se explicita en la eternidad que se vuelca generosa y abundante en la finitud de la vida humana. Es el misterio amoroso de la Encarnación -urdimbre santa de Dios y el hombre- ratificado en la Cruz y hecho definitivo en la Resurrección.
Por eso, cada vez que se ama sin reservas, que se ofrece la vida por el bien de los otros, que se vive en cada latido la Buena Noticia, se alaba y glorifica a Dios, y recíprocamente, como es siempre el carácter dialógico de ese amor que es Dios, Dios glorifica al mundo, y renueva la faz de la tierra.
Porque eso que llamamos cielo es don y es misterio, pero comienza aquí y ahora y por ese afecto y esa confianza incondicional que se nos ha brindado, se nos invita a edificarlo en el día a día, a cada instante, en todos los rincones de la tierra y el universo.
La gloria de Dios es que el hombre viva en plenitud, una vida que no tenga fin, y comienza humilde y fiel cuando el pobre se yergue como un hombre digno e íntegro, más allá de la mera supervivencia, con el rostro vuelto al sol de la vida, Cristo, Señor de la historia y hermano nuestro.
Paz y Bien
2 comentarios:
Cada vez que se ama sin reservas, nos hacemos una oración viva, gracias.
Es verdad, y es tan trascendente como tener una vida orante antes que momentos de oración.
Gracias por sus palabras y una fraternal bienvenida
Paz y Bien
Ricardo
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