Para el día de hoy (01/10/20):
El Maestro hace un envío de setenta y dos mensajeros, que tiene características específicas, peculiares y asombrosas.
Ante todo, el número mismo. Con esa necesidad de ir más allá de la pura literalidad -germen malsano de todos los fundamentalismos- hemos de encontrarnos con lo simbólico que se nos ofrece. Mientras que los Doce apóstoles remite, necesariamente, a la memoria colectiva de las doce tribus y, por ello, a Israel mismo, la cifra de setenta y dos así remite a todas las naciones, a la universalidad de la misión, un eco lejano de la tierra que se re-puebla por los descendientes de Noé post diluvio. La misión del Reino no reconoce fronteras físicas, raciales, sociales, políticas, religiosas, nacionales...
Más jamás se debe renegar de los orígenes, de aquello que nos constituye. Entonces Jesús de Nazareth los envía de dos en dos, porque los enviados saben por lo que aprendieron desde niños -la tradición legal judía- que la veracidad de un testimonio ha de estar refrendada por dos testigos. Por eso y ante todo, esos mensajeros son mensajeros de la verdad, y mensajeros enteramente veraces, fedatarios de algo que los excede por completo, pero que a su vez deviene incuestionable en su certeza.
Además, tiene una característica delicadamente humana y trascendente: cuando vamos solos, estamos librados a nuestra suerte. Cuando vamos acompañados, vamos andando porque nos cuidamos, y si bien estarán acechando mil peligros, el temor que se haga presente tendrá las cosas complicadas.
La misión no es tarea que tienda al individualismo, es tarea de la comunidad, una comunidad que se asoma de dos en dos.
Los mensajeros portan una magnífica noticia, la mejor de las noticias, que el Reino está aquí y ahora entre nosotros, de la mano de Dios-con-nosotros, Reino de justicia, de paz, de libertad, de alegría, de plenitud. Ellos lo saben bien, esa Buena Noticia ha calado hasta sus huesos mismos, esa novedad maravillosa ha transformado sus vidas, y por ello sus prisas. La tarea, por tanto, es urgente, esas ganas de comunicar y sembrar vida nueva sin guardarse nada. El tesoro que llevan en sus mínimas vasijas de barro es un tesoro que se agiganta y multiplica cuando se comparte.
Los mensajeros tampoco son ingenuos. Saben que van revestidos de paz y mansedumbre, pero allí afuera hay voraces manadas de lobos. Pero aún así no se resignarán ni bajarán los brazos, ni se detendrán en banalidades, ni se aferrarán a las cosas que perecen, ni sacralizarán medios e instrumentos. Lo sagrado es el Cristo al que preceden y que, sin dudas, vá con ellos.
Sin embargo, no son suficientes. Hay mucha tierra por cubrir, muchos surcos que abrir, muchos campos yertos a los que volver fecundos.
Será cosa de animarse, de atreverse a este convite inmerecido pero real, y a rogar para que haya cada día más compañeras y compañeros de camino, pues aún hay muchísimo por hacer.
Eso que llamamos cielo comienza y se edifica desde ahora mismo
Paz y Bien
1 comentarios:
Señor, despierta tu Espiritu Misionero, para que podamos ser testigos en todas partes, de tu Reino! Paz y Bien
Publicar un comentario