San Benito, abad
Para el día de hoy (11/07/15):
Evangelio según San Mateo 10, 24-33
Jesús de Nazareth puso gran parte de su empeño docente en preparar a sus amigos, pues tendrán que afrontar tiempos durísimos de persecuciones, de descréditos, de infamias y calumnias, todo a causa de su Nombre.
Sin duda, los discípulos algo intuían: en la medida en que se profundizaba y crecía el ministerio del Maestro, eran cada vez más virulentos los ataques que sufría por parte de escribas y fariseos, es decir, por parte de las autoridades religiosas, de la ortodoxia oficial, con la mirada cada vez más preocupada del pretor romano, siempre veloz a la hora de reprimir díscolos y subversivos.
Porque Jesús sabía bien que esos doce hombres que le acompañaban, y los discípulos de todos los tiempos serían pasibles de los mismos castigos, de similares persecuciones, de afanosos esfuerzos por socavar honras y de violencia cruel ilimitada. La fidelidad al sueño de Dios, el Reino, la entrega de la vida en favor de los hermanos, la proclamación veraz de la Buena Noticia acarrean esas graves consecuencias, porque el Evangelio que se vive y palpita es un manso y humilde desafío a los poderosos de todo tiempo y lugar.
Aún así, no hay que bajar los brazos ni resignarse. El temor es más que razonable, pero el miedo paraliza, congela, demuele confianzas.
Quizás el primer paso sea desertar de esa imagen judicial y espantosa de Dios que suelen imponernos y que asumimos sin más. El Dios de Jesús de Nazareth, nuestro Dios, es un Padre que nos ama y una Madre que nos cuida, tan valiosos que somos a sus ojos infinitos. Mucho más valiosos de lo que nosotros mismos nos consideramos y tenemos por tales a nuestros hermanos, la asombrosa bendición de ser amados hijas e hijos.
En un mundo tan inhóspito y tan violento, nuestra fragilidad se vuelve más evidente. No asumirla es mentirnos, internarnos en fangales nada veraces, presos de imágenes falsas.
Pero con todo y a pesar de todo, hay que perseverar en la fidelidad porque todo lo podemos en Aquél que se ha despojado de todo, de sí mismo, de su propio Hijo, para que todos vivan.
Paz y Bien
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