Santa Marta, memorial.
Patrona de las amas de casa
Para el día de hoy (29/07/15):
Evangelio según San Juan 11, 19-27
En Betania, pequeña localidad cercana a Jerusalem, había una familia compuesta por tres hermanos, Lázaro, María y Marta. Cada vez que se reunía con ellos, en un clima de profunda amistad, Jesús se sentía tan a gusto que el hogar de Lázaro y sus hermanas se transformaba en su propio hogar, y es precisamente un espejo espiritual de la Iglesia, una familia reunida junto a un Amigo, en donde Dios se encuentra a sus anchas.
Quizás porque se preveía, no sólo por la razonabilidad de la vida sino por una enfermedad grave, Jesús de Nazareth no está presente cuando el fallecimiento de Lázaro. Él trae algo más que la elusión de la mortalidad. Él trae la vida ofreciendo la suya, vida abundante, vida eterna.
No son difíciles de imaginarse las miradas y los rostros. Marta -tan inquieta y proactiva, tan dada a servir a los demás, aún a riesgo de extraviar de a ratos lo más importante- se dirige a Jesús con palabras propias de amigos, con la confianza de mirarse a los ojos y decirse las cosas como son, sin ambages pero sin lastimarse.
Es un momento de intenso dolor por la pérdida, una pérdida que se magnifica por el luto de los otros. Aún así, Marta sale al encuentro del Maestro, abandonando por un momento ese ambiente enrarecido por el llanto, por las sombras de la muerte.
Cuando nada se vé, cuando el horizonte no indica nada más que tristeza, es preciso abrir la puerta e ir al encuentro de los amigos, y del Amigo fiel que siempre se llega allí en donde nos demolemos de angustia.
Entre ellos dos, Marta y Jesús, hay amistad y hay ternura. Y desde allí surge la fé y acontecen los milagros. Porque a pesar de todo y de todos, Marta sigue confiando en el poder asombroso de ese Amigo que no se priva de llorar abiertamente por Lázaro que ha muerto.
Un Dios que nos llora por amor entrañable no suele estar en nuestras estampitas interiores.
Marta porta en su mente viejas ideas, conceptos férreos esgrimidos por los mismos que condenarán a muerte a Cristo, y que proyectan su sombra ominosa desde la cercana Jerusalem.
La precisión y la ortodoxia son importantes, pero más importante es la fé, la confianza en ese Cristo que es la Resurrección y la vida.
Porque contra todo pronóstico, Marta intuye y sabe en las honduras de su alma que nada el Padre deniega a lo que el Hijo le pida.
Esa amistad es también signo para nosotros de que la fé no es una abstracta cuestión doctrinaria. Hay afectos, razón, co-razón, piel, sangre, huesos, toda la existencia transformada por el encuentro con el Salvador, que es hermano, es Dios y es Amigo fiel por siempre.
Paz y Bien
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