Para el día de hoy (28/11/11):
Evangelio según San Mateo 8, 5-11
(Jesús está de regreso a Cafarnaúm, lugar en donde durante cierto tiempo encontraba hogar y refugio.
Esa Cafarnaúm galilea se encontraba en los confines, frontera de los dominios de Herodes Antipas y, a la vez, provincia romana. Por ello mismo y por su ubicación estratégica, tenía una aduana importante y una guarnición militar permanente.
Uno de los oficiales de la guarnición -un centurión que mandaba, como su nombre lo indica, una unidad de cien hombres-, se encontraba en apuros: uno de sus criados se encontraba en su hogar postrado por la parálisis y sumido en terribles dolores. Y si bien el Evangelista Lucas nos acerca más datos acerca de la conducta de este oficial -respetaba la fé judía, había construido una sinagoga, trataba a todos con cordialidad- seguía teniendo varias cuestiones en contra suya.
Primero, ser oficial del ejército imperial: era fervorosamente despreciado por representar a aquella Roma que por la potencia de sus armas sometía a la Tierra Santa de Israel, a tal modo de que los zelotas más enconados escupían a su paso.
Segundo, el hecho de que muy probablemente, por su origen, este centurión profesara culto a varios dioses extraños, el altar romano en donde se confundían los dioses propios y los dioses de los pueblos conjugados. Impuro total por extranjero y por rendir culto a dioses ajenos al único Dios de Abraham , de Moisés, de Jacob.
De acuerdo a estas premisas, el Maestro no debería dirigirle la palabra y sería lógico que siguiera de largo rumbo a su casa.
Pero es un tiempo extraño con una ilógica sorprendente el que inaugura Jesús de Nazareth.
Nadie está excluido, nadie tiene un sayo de excedencia ni rótulos de no pertenencia que impidan el acceso a la Salvación y a la plenitud, don y misterio inexpresables, expresión de la bondad y la ternura de un Dios para con toda la humanidad.
Y los milagros existen y suceden, pero con un giro sorprendente: en el caso del centurión el centro de la sanación pasa por la compasión ejercida en común por el oficial y por ese Cristo caminante.
Es un hecho de fé tan fundante que las palabras de aquel centurión las hemos hecho nuestras y las repetimos habitualmente cuando compartimos el pan de fiesta: -Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra tuya bastará para sanarme-.
Y el milagro mayor no es tanto la curación del servidor sino la aceptación como un igual del centurión por parte de Jesús.
Por ello mismo, podemos vislumbrar desde aquí que la auténtica fé no es tanto la adhesión y puesta en práctica de normas religiosas y doctrina específica, sino más bien poner confianza y corazón en una persona, Jesús de Nazareth nuestro hermano y Señor.
Quizás el Adviento tenga mucho de ello, esa extraña actitud de creer que en la fragilidad de ese Niño que viene en la noche, en la pobreza y en la humildad está la vida nueva, la Salvación, la plenitud)
Paz y Bien
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