Para el día de hoy (26/04/16):
Evangelio según San Juan 14, 27-31a
Jesús de Nazareth conoce como nadie las cosas que se anidan en los corazones, y por ello, frente a su inminente partida -estamos en los umbrales de la Pasión- se preocupa por las cosas que han de sucederle a sus amigos. Sabe bien que ellos no han comprendido del todo su carácter mesiánico, su misión divina; ellos siguen presos de los viejos esquemas que indicaban a un mesías glorioso con carácter mundano, que se impondría por la fuerza, que aplastaría a sus enemigos y restauraría la soberanía de Israel y la dinastía davídica. Así, el Maestro les había lavado los pies como lo haría un esclavo, y frente a los anuncios de la Pasión del Señor, al aviso de una derrota aparente a manos de sus enemigos sin combatir, a derramar su sangre como un criminal abyecto, estaban sumidos en el estupor, el desconcierto y con rapidez les iba ganando cada vez más espacios el miedo, un miedo que paraliza y hace olvidar fidelidades comprometidas.
Es la Última Cena, cena final, cena de despedida. La memoria humana suele atesorar los últimos gestos a menudo como los más valiosos y dignos de conservarse, por ello todo lo que acontezca en esos instantes es tan importante. El Maestro lo sabe, y por ello no se detendrá en brindar un sucedáneo a los conflictos presentes y a los inminentes, un calmante pasajero que no dirime las crisis, una aspirina espiritual.
En Israel el deseo de paz -Shalom- era el saludo tradicional al encontrarse dos personas y al despedirse. Si bien tenía una clave connotación espiritual, la costumbre cotidiana como suele suceder en todos los pueblos y culturas, lo volvió banal e intrascendente. Sin embargo, el Maestro parece querer saludarlos al modo de sus mayores, como sus discípulos entienden.
No hay trivialidad en el Señor. No hay un simple chau porque no se trata de una simple despedida, sino de un enorme A-Dios pues Cristo sí, se está yendo pero se quedará para siempre de otro modo, nunca abandonará a los suyos de todos los tiempos. Su muerte no será trágica porque a pesar de todos los horrores será la vida -su vida- la que prevalezca, expresión absoluta del amor de Dios en la cruz.
En la paz que les deja es Él mismo quien se brinda, y supera infinitamente una simple expresión de deseos.
Su paz nada tiene que ver con la paz mundana. La paz de los cementerios. La paz como ausencia de conflictos. La paz quimérica que ofrecen ciertas ideologías que prometen la bendición de falsos dioses de culto inmanente pero en donde la gran ausente es la justicia. La pax romana, imposición de los poderosos, migajas de calma para los pobres.
Todas esas variables son del Maligno. Hace demasiado tiempo han perdido sentido de Dios y el reconocimiento de la identidad y la trascendencia humana.
La paz de Cristo es Shalom, promesa y esperanza. Promesa de que no andaremos solos en estos caminos tan hostiles, tan nefastos, una paz tenaz que los demonios del desconsuelo y la costumbre no derrumban. Esperanza porque el regreso del Señor significará la paz definitiva, don y misterio del amor de Dios que ya comienza a florecer por el esfuerzo cotidiano de los creyentes, paz que es mandato y es misión, paz que se fundamenta en el deseo de eternidad, el deseo de Dios.
Paz y Bien
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